-¡Hey! ¿Hay alguien aquí?
Recorrí la casa de arriba abajo y no encontré a nadie. Sin embargo, alguien me había abierto la puerta. De repente, en un rincón, una antigua muñeca con rizos dorados me devolvió la infancia en un instante. Y entonces vi la mecedora con el tejido y la biblioteca repleta de libros y en uno de los estantes dormitaba mi gato colorado.
Y vi desfilar a los tres mosqueteros, a Aladino, con su lámpara maravillosa, a Simbad, el marino, al Conde de Montecristo.
Alicia bajaba las escaleras corriendo perseguida por el conejo. Y allá, en el pasillo de la planta alta se paseaban Gulliver y Tom Sawyer. El travieso Tom, seguramente, ansiaba resbalar por el pasamanos.
En cualquier momento, pensé, aparecen Blancanieves y los siete enanos.
De pronto, pronunciaron mi nombre y luego, una voz que llamaba: "¡A tomar la leche!" Y tuve miedo. Esa voz salpicada de ternura y de cariño, me paralizó. Y cerré los ojos y no pude apretar las lágrimas.
Y quise huir de aquella casa, huir de esa voz que me interpelaba tan dolorosamente. Sin embargo, me quedé allí, esperando. Esperando que los recuerdos se perdieran en el oscuro túnel de la memoria.
María Graciela Kebani