A Benito Quinquela Martín
El sol incendia
la hora
del crepúsculo.
Las venas
del cielo estallan
en rojos carmesíes
y naranjas.
Arde el aire
en el ardiente
fuego de la tarde.
Y el río
empurpurado
es una brasa
enardecida
que abrasa el puerto y lo encandila.
El puerto,
al rojo vivo,
ya no es el mismo.
El atardecer del pintor
lo transfigura
y una inquietante
ensoñación
flota sobre las aguas
encarnadas,
enrojecidas,
mientras,
barcos y barcazas
vagan
a la deriva
y resplandecen
con una luz
que estremece
y maravilla.
Pronto vendrán
las sombras de la noche,
sin embargo,
el ocaso parece
eterno.
El río
cual león hambriento
devoró el sol
y en un insante,
el puerto se encendió
como una hoguera.
María Graciela Kebani
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