martes, 16 de mayo de 2023

El silbido

 



     Empecé a bajar resignado por las escaleras. Estaba cansado, pero no me quedaba otra. El ascensor  otra vez no funcionaba. Tenía diez pisos por delante. Esperaba que, por lo menos, nadie me entretuviera durante el descenso. Desgraciadamente las escaleras carecían de iluminación natural. La luz artificial me deprimía. 

       Cuando me encontraba en el octavo piso, creí escuchar algo así como un silbido agudo, punzante. Me volví y no vi a nadie. Como sospechaba. Reanudé el descenso. El silbido se tornó más intenso y sentía que me perforaba la cabeza. Apuré el paso.

       Finalmente llegué a la planta baja. El silbido continuaba zumbándome en el cerebro como un moscardón. Detrás de mí, nada. ¡Nadie, nadie! No había nadie a mis espaldas. Pero el insidioso zumbido me ensordecía cada vez más y amenazaba perforarme hasta los huesos. 

       Entonces escuché mi voz que gritaba: "¡Ya basta, basta!"

       Y vi mis manos enloquecidas que trataban de destruir el inacabable zumbido. 

       Después no escuché nada más. Silencio absoluto. 

       Tal vez había estrangulado el silbido con mis propias manos.

                                                                               María Graciela Kebani

 




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