Fue inútil. No encontrábamos la salida. Subíamos y bajábamos las escaleras interminables. Abríamos y cerrábamos puertas. Pero ninguna nos conducía al mundo exterior. Desorientados recorríamos pasillos y más pasillos. Nos perseguían las sombras y los remordimientos. Hasta que alguien empezó a rezar. Su voz resonaba patética entre los muros que nos cercaban. Sus palabras parecían perderse en ese aire enrarecido. El agobio y la desesperación nos impedían apropiarnos de esa plegaria que se elevaba hacía un cielo que no podíamos alcanzar. Sin embargo, sin que lo advirtiéramos, poco a poco, nuestros corazones comenzaron a abrirse y las palabras encontraron eco en nuestros labios. Y las salvíficas palabras manaban a borbotones, cada vez más sonoras y claras. Nuestras voces se unieron y hubo entonces una sola plegaria. En ese momento creímos fervientemente que alguien nos estaba escuchando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario