Un viento huracanado hizo volar por el aire las sombras de la noche. Estallaron todos los relojes y no hubo ni horas ni minutos ni siquiera segundos.
La luna se desplomó con toda su blancura en medio de un mar furibundo donde permaneció flotando hasta que olas desaforadas la zarandeaban como una esfera de nácar.
Los pájaros extraviaron su rumbo.
Las estrellas intentaron recomponer el rompecabezas. No hubo manera.
Todo colapsó en un instante.
Sin embargo, en algún sitio, en los confines de la tierra, anidaba un brote de esperanza.
María Graciela Kebani
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