Bajé del colectivo y empecé a caminar hacia lo que me pareció una plaza. A medida que me iba internando por un camino flanqueado de árboles altísimos no distinguía ningún banco ni fuente ni una calesita que me recordara que caminaba por una plaza o un parque. Por el contrario, cuanto más avanzaba, más árboles me rodeaban.
No se escuchaba ningún ruido ni el trino de algún pájaro perdido. Tampoco había faroles que comenzaran a encenderse ante la falta de luz... Sin embargo, debían ser solo las cuatro de la tarde...
De repente, una brusca frenada del colectivo sacudió todos mis huesos.
Alguien gritó y mi sobresalto fue aún mayor. ¿Por dónde andaba?
¿Se enredaba mi mente en un bosque de sombras?
Se iba mi cuerpo solo por ese sendero que se adentraba cada vez más en la negrura.
De repente, una brusca frenada del colectivo sacudió mis huesos. Alguien gritó y mi sobresalto fue aún mayor.
Y violentas ráfagas dispersaban mis huellas que se iban alejando.
Y por la ventanilla veía cómo pasaban las siluetas de los árboles sacudidos por el viento que hacía rato había empezado a aullar como un lobo en mis oídos.
María Graciela Kebani
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