Todos callaron. Nadie se atrevió a pronunciar una sola palabra. Bajaron la cabeza y apretaron los puños.
La noche continuaba tejiendo su red de sombras y de silencio.
Ninguna voz quebró el cristal de la mañana.
Ninguna voz se impuso a la voz del viento.
María Graciela Kebani
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