No encontró la calle ni la casa ni nada. Desdobló por enésima vez el papel donde tenía anotada la dirección. No había ninguna coincidencia. Y preguntó una y otra vez a los que se cruzaban en su camino. Y nadie atinaba a responderle. Lo miraban con perplejidad y parecían dudar de su cordura.
Hasta que, repentinamente, creyó descubrir en una esquina un cartel con el nombre de la calle que había buscado con desesperación, con infinita angustia.
Sin embargo, solo halló un terreno baldío. De la casa solo quedaban los azulejos de lo que seguramente había sido una cocina.
María Graciela Kebani
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