Quise gritar y no pude. Intenté correr, pero mis piernas no me respondieron. Abrí los ojos y mi mirada quedó colgada del precipicio que se abría ante mí con la intención de devorarme.
Y me quedé ahí, al borde del abismo, suspendida como la gota de rocío en una hoja.
María Graciela Kebani
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