De repente, me encontré solo, en medio de una playa desierta. Solo, con los pies hundidos en la arena, el cielo y el mar rodeándome. El reloj se hundió en el mar. Se acabó el tiempo. El espacio se tensó como la cuerda de una arco y cielo y tierra se confundieron.
Abrí la mano y dejé que un puñado de arena se deslizara por mis dedos. Entonces me di cuenta de que en ese montoncito de arena se me iban los días, se me iba la vida y me sentí más solo que aquella gaviota que sobrevolaba el mar sin rumbo fijo, esquivando su destino.
María Graciela Kebani
No hay comentarios:
Publicar un comentario