Estábamos tan agotados que nos sentamos en el primer banco desocupado de la plaza. Fue algo así como descubrir un oasis en medio del desierto. Yo no recuerdo cuánto tiempo estuvimos allí, a la sombra de una araucaria gigantesca. Solo sé que cuando nos levantamos para continuar nuestro camino, le tendí la mano.
Mi mano oprimió el vacío.
María Graciela Kebani
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