Durante varias noches soñó el mismo sueño. Caminaba por un sendero de añejos plátanos que trepaban con sus ramas hacia el cielo. El crujido de las hojas revelaba una tristeza infinita. La luna andaba enredada entre las nubes. Aparecía y desaparecía como un fantasma.
De repente, se encontró rodeado de lápidas, cruces, bóvedas... Una atmósfera sobrecogedora. Un temblor oscuro le recorrió todo el cuerpo.
Creyó que dormía, sin embargo, sus ojos estaban abiertos de par en par.
María Graciela Kebani
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