martes, 22 de diciembre de 2020

El puñal


 Abrió la puerta y allí estaba. De pie y con cara de pocos amigos. Su aspecto sombrío y amenazante, intimidaba.

-¿Estás listo?

-Por supuesto.

-Entonces, ¡vámonos!

Una niebla pegajosa flotaba en ese anochecer de invierno. Turbador.

Avanzaban sin mediar palabra. Las calles se veían desiertas.

Alcanzó a escuchar alguna campanada.

-¡Más rápido! No podemos retrasarnos -casi le gritó.

En ese momento advirtió que la hora había llegado.

Sacó el arma y apretó el paso.

Se acercó y sin vacilar le hundió el puñal en la espada de su guía.

Cuando reaccionó, con estupor descubrió el puñal, su puñal, caído en la vereda, impecable, brillando entre la niebla.


                                                                                      María Graciela Kebani

jueves, 17 de diciembre de 2020

Nadie respondió

     

      Miró el reloj. Llegaría tarde otra vez. El ala de un pájaro le rozó la cara. Apuró el paso. Cuando al fin llegó, presionó nerviosamente el timbre. Mientras tanto iba urdiendo alguna excusa creíble. No hubo respuesta. Insistió. Pero nadie aparecía. No se atrevía a pulsar el timbre una vez más. 

    Intentó mirar a través de la ventana, pero no distinguió ninguna luz, ninguna señal de que hubiera gente. Raro. Muy raro. Corroboró el día y la hora de la cita. Hasta la dirección. Todo coincidía. Sin embargo, algún error habría.

    Decidió emprender el regreso. En un bolsillo de su abrigo su mano aferró el arma que llevaba oculta.

   Un pájaro pasó tan cerca que casi le hizo perder el equilibrio.

    Alguien lo seguía.

                                                                                            María Graciela Kebani

martes, 15 de diciembre de 2020

Están ahí


Están ahí,

ahí, 

clavados en la intemperie de la noche.

Solitos.

Con las manos barridas por el viento,

con la mirada

colmada de sombras

y de espanto.

Están ahí, 

ahí,

con los ojos desnudos

y el hambre,

un hambre feroz

rasguñando las entrañas, 

clamando una caricia, 

una palabra.

Esperando una flor,

un rayo de sol

y de ternura.


Están ahí, 

sobreviviendo

sin más futuro

que ese presente

descarnado,

sin más ilusión

que alcanzar el cielo

con los pies descalzos.

 

                   María Graciela Kebani

domingo, 13 de diciembre de 2020

El reloj de la torre

 

   Tarde advirtió que había perdido el rumbo y, para colmo de males, empezaba a anochecer. Poco a poco se encendían los faroles, mientras recorría esas calles tortuosas.

   Caminaba ensimismado tratando de recordar. Si logaba encontrar la plaza y la torre, podría ubicarse con facilidad. ¿La torre? Aquella torre altísima, con un reloj cuyas agujas siempre señalaban las doce. Vaya uno a saber si del mediodía o de la medianoche. Siempre que pasaba y observaba el reloj, imaginaba que las manecillas se movían y en cualquier momento soltaría una campanada.

    Pero no. En la blanca esfera el tiempo parecía congelado. 

   De pronto, le pareció escuchar cómo una llave giraba en una cerradura. Estaban abriendo una puerta. Buena oportunidad para preguntar cómo podría llegar a su destino. Se adelantó para dar tiempo a que la persona saliera. Sin embargo, cuando volvió la cabeza, advirtió que aún la puerta no se había abierto.

   Continuó avanzando. Otra vez el ruido de una llave en una cerradura. No obstante, nadie trasponía la puerta. Por tercera vez sucedió lo mismo. Oyó claramente cómo giraba la llave y por tercera vez ninguna puerta se abrió. 

   Entonces, cuando ya las sombras lo seguían de cerca y su desazón aumentaba minuto a minuto, creyó vislumbrar, a lo lejos, una torre y en la torre un reloj. Las manecillas del reloj clavadas en las doce.

                                                                                                             María Graciela Kebani              

miércoles, 9 de diciembre de 2020

Ya había amanecido

     



          Cerró los ojos. Cuando los abrió, ya había amanecido. El sol se quebró como un espejo y, de inmediato, se iluminaron todos los rincones de la Tierra.      

                                                                                                                     María Graciela Kebani


miércoles, 2 de diciembre de 2020

Atrapado

         


     Cuando despertó había quedado atrapado en el sueño, perdido en una biblioteca cuya semejanza con un laberinto lo perturbaba y mucho.

      Deambulaba por pasillos interminables rodeado de estanterías infinitas que albergaban libros y más libros encolumnados, ordenados y prolijamente catalogados.

      Entraba y salía, recorría los pasillos, pero no conseguía hallar el libro que buscaba. Iba y venía, abría y cerraba los ojos. Avanzaba y retrocedía cercado por una intensa niebla.

     Los volúmenes se reproducían, se abrían y se cerraban como alas de mariposas y él seguía avanzando recorriendo con creciente angustia esos pasillos oscuros y estrechos. Despertaba y volvía a dormirse. 

    Un reloj cucú anunciaba la hora, mientras buscaba afanosamente el libro.

    Si despertaba, no lo encontraría nunca. Entonces cerró los ojos y volvió a zambullirse en esa pesadilla sin fin.

                                                                                                                María Graciela Kebani

martes, 17 de noviembre de 2020

No estaba dispuesto a traspasar ninguna puerta más

 

La puerta se abrió lentamente. Cuando ingresó a la casa, una luz difusa no le permitió distinguir con precisión dónde estaba. Avanzó con precaución por lo que parecía un pasillo estrecho, sumido en la penumbra. Caminaba sin hacer ruido, sin despertar el silencio.

De pronto, algo rozó sus piernas. Se sobresaltó. Y no era para menos. No creía en apariciones sobrenaturales. Ni ángeles ni demonios saldrían a su encuentro.

Juntó coraje y siguió adelante.

Nuevamente otro roce más inquietante lo sorprendió sobremanera. Entonces se topó con el suave pelaje de un gato. Percibió el cálido ronroneo a través de su mano; esa mágica vibración lo estremeció.

Se sintió aliviado, a pesar de que los felinos no despertaban en él gran devoción.

Se convertiría en su lazarillo en ese peregrinaje por territorios desconocidos.

Cuando traspuso la segunda puerta, una vaharada de sombras lo dejó sin aliento.

Encontró una llave de luz. Una bombilla insignificante iluminó débilmente una habitación vacía. Una ventana con sus postigos cerrados aumentaba la sensación de agobio.  

De repente, en una zona de penumbra, dos luceros refulgían. Eran los ojos de un gato. No acabó de reaccionar, cuando descubrió otros dos ojos, brillando entre las sombras.

No dejaban de observarlo, mudos, enigmáticos. 

Impresionado buscó otra puerta para escapar de esa mirada hipnótica.

En un rincón, al fondo, en un antiguo reloj de péndulo, el tiempo se había detenido.


Medio oculta, otra puerta se abrió cuando la empujó. Y entonces ya no pudo calcular cuántos ojos iban emergiendo de los más recónditos sitios de ese otro cuarto atestado de libros. Estanterías que llegaban hasta el techo. Tenía la sensación de que de los libros se desprendían gatos como hojas que el otoño dispersa.  Subían y bajaban,  trepaban  por las estanterías  con una agilidad sorprendente. Parecían más interesados en los libros que en su presencia. Faltaba que algún felino se dispusiera a leer. 


Contemplaba azorado cómo iban y venían, recorriendo fascinados las estanterías colmados de volúmenes de todo los tamaños y colores.

De repente, un bellísimo gato de pelaje  gris perlado y de deslumbrantes ojos verdes se le acercó.

El misterioso felino con su elegancia proverbial, resabio de su divinidad perdida, parecía señalarle otra puerta por donde continuar su camino.

Sin embargo, permaneció allí inmóvil. No estaba dispuesto a  traspasar ninguna puerta más.

                                                                                                     María Graciela Kebani

sábado, 17 de octubre de 2020

La pesadilla recién comenzaba

   

  La noche se estiraba como un bandoneón desafinado. Apuró el paso. Ya se había cansado demasiado. Estaba convencido de que se encontraba cerca.

    De pronto, una música empezó a rondar por su cabeza.

     No podía identificarla. Sin embargo, consiguió remontarse en el tiempo y ubicarla en algún momento de su adolescencia.

    Hurgó aún más en el pasado y un dolor cada vez más profundo le nubló la mirada.

    Poco a poco el recuerdo irrumpió con toda claridad despejando las tinieblas que el olvido se encargaba de ocultar.

    La música comenzó a sonar más fuerte y la angustia se agudizó.

    Siguió avanzando con la firme intención de llegar. Llegar lo más rápido posible. Y olvidar. Debía olvidar y callar esa música que amenazaba aturdirlo. Pero no conseguía acallarla. Martillaba su cerebro con insistencia arrolladora y le impedía continuar. Sonaba y resonaba en su oídos enloqueciéndolo.

    En medio de esa música infernal acabó llorando como un niño.

    La pesadilla recién comenzaba.

    Mientras la noche plegaba y replegaba su  bandoneón de sombras y de silencio.

                                                                                                                              María Graciela Kebani

martes, 6 de octubre de 2020

Un trueno sacudió hasta los cimientos de la noche

            


             Se detuvo. Sospechaba que había perdido el rumbo. Retrocedió unos pasos, pero solo sirvió para darse cuenta de que un revoltijo de calles giraban  y se enroscaban y no conducían a ningún sitio.

              Entonces, volvió sobre sus pasos con la intención de retomar el camino. Fue inútil. También fue inútil encontrar a alguien que lo orientara un poco.

           El cielo se cargaba de nubes. Alcanzó a ver cómo empezaba a relampaguear. En cualquier momento se desataría la tormenta y él, solo, en medio de un paraje irreconocible.

                Finalmente, un trueno sacudió hasta los cimientos de la noche.  

                                                                                                   María Graciela Kebani


viernes, 4 de septiembre de 2020

¿Amanecía?





   Corrió desesperadamente hasta la parada. Cuando llegó, el colectivo se alejaba como una tromba. ¿Y ahora? Esperar. Solo esperar, mientras la oscuridad iría in crescendo.
   Todo a su alrededor comenzaría a difuminarse pese a los focos luminosos.
   Una ráfaga helada le golpeó la cara como un latigazo. ¡Qué mala suerte! Por un minuto. Lo único que le faltaba, que se desatara una tormenta. El viento volvió a  cruzarle el rostro y le cerró los ojos.       Cuando los abrió, una vez más la oscuridad lo estremeció. Ninguna señal del colectivo. El frío punzante lo dejaba sin aliento y no le daba tregua. El tiempo continuaba su avance inexorable. Se ciñó aún más la bufanda.
   Su mirada trató infructuosamente de distinguir los faros del ómnibus en medio de la bruma. Nada.
Entonces, cuando elevó sus ojos al cielo, hacia el este, creyó vislumbrar los primeros rayos del sol.
¿Amanecía?
 
                                                                                                    María Graciela Kebani

jueves, 3 de septiembre de 2020

Ya no recordaba adónde iba





El tren llegó a la estación. Puntualmente. Cuando ya las sombras desfilaban erráticas por los andenes, desiertos, desolados. Subió solo en el vagón que abrió sus puertas, allí, donde estaba parado, esperando. Ningún pasajero ascendió ni descendió.






La locomotora, de inmediato, se puso en marcha.
En la noche, las ventanas iluminadas del tren resplandecían con inusitada extrañeza. Sin embargo, el tren avanzaba completamente vacío. Se dejó conducir como un niño, mientras miraba a través de la ventanilla un paisaje fantasmagórico sumido en la niebla. Ya no recordaba adónde iba.
                                                                                       
                                                                                             María Graciela Kebani

jueves, 20 de agosto de 2020

Allá va mi infancia



Todavía recuerdo aquellas tardes
de verano, plenas de sol y de inocencia.
El cielo era un espejo infinito,
 de sueños, de esperanzas y de lirios.
Azul,
azul como el mar,
como el silencio
de una mañana de domingo.
La tierra, una copa
rezumante de vida,
espumosa, efervescente.
Recuerdo todavía con nostalgia,
aquellos días de risas y de rezos,
colmados de jazmines y de ensueños.
El cielo estaba lejos,
muy lejos,
pero podían mis manos alcanzarlo
y llenarse de estrellas, de rocío.
Allá va mi infancia,
caminando despacito
por las calles.
A la sombra acogedora
 de los árboles,
de la mano del viento
y de los libros,
abiertos de par en par
como ventanas.
Allá va mi infancia,
entre música y versos,
con sus muñecas,
sonriendo,
volando
en las alas de los pájaros.
Allá va, sin prejuicios ni problemas.
El sol bulle
 tanto o más
como la vida.

                        María Graciela Kebani

EL MAR



   Echó a correr como perseguido por un alma en pena. A los tumbos. Por veredas erizadas de sombras y cales profusamente adoquinadas.
    Algún que otro farol alumbraba apenas las esquinas desiertas.
   Corría como alma que se la lleva el diablo.
   Corría enajenado, como viento huracanado, mientras una miríada de voces y de pasos lo perseguían.
    De repente, se detuvo, miró hacia atrás. Solo sus huellas impresas en la arena.
  Ante su mirada atónita, el mar, un mar resplandeciente, bajo una luna descomunal, de una diafanidad desconcertante.
   Permaneció allí, inmóvil. Por primera vez pudo contemplar la rotunda luminosidad de la luna y el mar,  que se extendía resplandeciente como una llanura infinita ante sus ojos.

                                                                                                       María Graciela Kebani

miércoles, 12 de agosto de 2020

DOLOR



Dolor.
Áspero gris, el cielo
amenaza desplomarse
en una catarata de piedras.
Se precipitan desde las cimas celestiales
arrastrando la sangre
que fluye ardiente
de la tierra.
Dolor.
Un dolor intenso,
incesante,
punzante,
en todas partes,
a cada instante,
en el aire, en las sombras,
hasta en las venas.

Buenos Aires,
ya no sos amparo,
ni anhelado refugio
de migrantes y de sueños,
ni mano generosa que se tiende,
ni faro de luz
en noche de tormenta.
La Plaza de Mayo
hoy nada festeja,
ni la revolución
ni mucho menos
nuestra independencia.
Solo grita, grita y es
un aullido de dolor
que se agiganta
en el hueco desolado
de tu llanto
y en cada rincón sombrío
que se esconde
bajo la autopista,
en tu rostro enmascarado
exhibes
la descarnada miseria
que te habita.

            María Graciela Kebani

jueves, 23 de julio de 2020

Luz en la ventana

 

  Llegó por fin cuando anochecía. Trató de controlar sus emociones. La reja que cercaba defensivamente la casa, le ponía límites. Mientras una luna llena de luz blanqueaba los sombríos rincones del porche.
   Un gato tan negro como el ébano, mudo, sigiloso, paseaba sus ojos, que resplandecían como estrellas. 
    De pronto, recordó un doloroso episodio de su infancia que había permanecido dormido durante años en su memoria y, en algunos momentos de su vida, despertaba.
   Las lágrimas nublaron su mirada. Buscó al gatito para acariciarlo, pero el felino había desaparecido, furtivamente,  entre las sombras. Alcanzó a vislumbrar una ventana iluminada.
    Entonces se secó las lágrimas, se dio ánimo y pulsó el timbre.
   Del otro lado de la reja, no hubo respuesta. Esperó unos minutos. Insistió. No hubo caso.
   Otra vez las lágrimas.
   La luz en la ventana acabó por apagarse.
                                                                                                              María Graciela Kebani

sábado, 11 de julio de 2020

Como un pájaro




    En medio de la creciente oscuridad, se escuchó la campanilla que anunciaba el paso del ferrocarril. El pertinaz campanilleo sacudió los telones de la noche y se expandió a lo largo de las vías.
   Con las voces sibilantes del viento llegaba el rumor la locomotora que avanzaba estrepitosamente.
   Sus ojos buscaron alguna luz que encendiera tamaña oscuridad.  Temía que la máquina lo arrollara sin miramientos.
 Entonces, mientras los refulgentes faros irradiaban una luminosidad estridente, el estruendo ensordecedor aumentaba y las ruedas rodaban ya dentro de su cuerpo.
   De repente, el tren cruzó, raudo como un pájaro, el espectral túnel de la noche.
                                                                                 
                                                                                            María Graciela Kebani

sábado, 27 de junio de 2020

ENCRUCIJADA



ENCRUCIJADA

    Después de haber caminado y caminado durante horas y horas llegó al punto en que el camino se bifurcaba. Se secó el sudor que amenazaba cegarlo. Respiró hondo. Atardecía.
    Allá, lejos, el cielo. Expandía su caballera enrojecida.
    La encrucijada le planteaba una disyuntiva. Cuando creyó decidirse, advirtió que no había sendero ni nada que condujera a algún sitio. Perplejo, se quedó clavado allí, allí donde se enlazaban el cielo y la tierra, misteriosamente.
                                                                                                                María Graciela Kebani

miércoles, 24 de junio de 2020

GELERT

GOURLAY STEELL (1819-94)

LLywelyn (1173-1240) y su valiente sabueso, Gelert 

1880


 

GELERT



Aquella mañana el píncipe Llewelyn decidió salir de caza. Hizo sonar su cuerno ante el portón del castillo. Todos los canes acudieron a su llamada, sin embargo, su lebrel favorito, Gelert, no respondió. Tres veces lo llamó. En vano. 

Como Gelert no lo había acompañado, la caza resultó exigua. 

Cuando regresó al castillo, Gelert se acercó brincando de alegría para recibirlo. Anonadado, observó cómo el perro apareció con sus colmillos colmados de sangre. El príncipe retrocedió espantado y el lebrel, sorprendido por ese recibimiento, se acurrucó a sus pies. 

Entonces un pensamiento terrible lo asaltó. Se precipitó hacia el cuarto del niño. 

Mientras se acercaba, más sangre y desorden encontraba por las habitaciones. La cuna volcada y manchada de sangre. 

El príncipe Llewelyn, cada vez más aterrorizado, buscó a su hijo por todas partes. Se convenció de que el perro había despedazado al niño. Desesperado le gritó a Gelert: "¡Monstruo, has devorado a mi hijo!" 

En ese instante, el llanto de un niño estremeció aún más la atroz escena. Debajo de la cuna enrojecida, encontró a su hijo, ileso. A su lado yacía el cuerpo ensangrentado de un enorme lobo. 

Demasiado tarde, Llewelyn descubrió lo que realmente había sucedido. 

                                                                  María Graciela Kebani 



viernes, 5 de junio de 2020

OTOÑO




OTOÑO

    Un otoño desvaído, suspendido de los árboles. Desde la ventana podía contemplar la plaza desierta. Sin niños y casi sin pájaros.
    Una atmósfera de irrealidad flotaba en el ambiente.
    Una quietud sobrecogedora.
    Mientras, un sol deslucido como un fantasma recorría la tarde transfigurada.
    En algún momento se acercaría la noche y por los senderos solitarios de la plaza las sombras,   entreveradas, se pasearían entre hamacas y toboganes.
    Desde la ventana, podía vislumbrar la vida, inescrutable que, como el otoño, pendía tristemente de los árboles.
                                                                                                          María Graciela Kebani

martes, 19 de mayo de 2020

VOCES


VOCES
     



        A la tenue luz de la lámpara, comprobó con pesar que el cuarto hallaba completamente desierto, abandonado.
        La única ventana, tapiada.
       De pronto, su mirada tropezó con una escalera de caracol en avanzado estado de deterioro.
       Supuso que conduciría a un primer piso.
       Le pareció que la escalera no tenía fin.
        No lo pensó dos veces. Después de todo, quizá, allá arriba encontraría lo que estaba buscando.
        Sin embargo, cuando comenzó a ascender, la oscuridad se acrecentaba.
        Instintivamente intentó asirse con más firmeza a la baranda, aunque no le garantizara ninguna seguridad.
        Como no podía distinguir nada en la penumbra,  agudizó sus oídos. 
        Creyó escuchar un rumor de voces, voces de niños que cantaban. ¿Cantaban? ¿Era posible?
        Sí, entonaban canciones de su infancia. No había dudas. Cantaban y era su propia voz de niño la que resonaba ahora en medio de ese ámbito opresivo y desolado.

                                                                                                                 María Graciela Kebani    

domingo, 17 de mayo de 2020

CUANDO LLEGÓ A LA ESQUINA


CUANDO LLEGÓ A LA ESQUINA







       Un viento helado arremolinaba las últimas hojas del otoño, mientras la noche, negra, como las negras alas de los cuervos, iba sembrando de sombras las calles desiertas, desoladas.
       Un silencio ominoso presagiaba una pesadilla inminente.
      Solo se oía el rumor crujiente de las hojas.
      Algún ladrido lejano perturbaba aún más la atmósfera opresiva que lo cercaba.
       Una espesa bruma apenas le permitía distinguir por donde caminaba.
       Cuando llegó a la esquina, el telón viscoso de la niebla le veló los ojos. No conseguía divisar la siguiente cuadra. Nada. No veía nada. Solo un desierto sin límites, un páramo brumoso, devastado...
        Intentó volver sobre sus pasos, pero no pudo.
     
                                                                                                        María Graciela Kebani

     

viernes, 15 de mayo de 2020

DESCENDIENDO

DESCENDIENDO
     
     


        Decidió descender a la planta baja por las escaleras en lugar de utilizar el ascensor. Sabía que estaba demorado, pero prefirió las escaleras.
        Así, sin perder tiempo, empezó a bajar peldaño por peldaño como si quisiera devorarlos. En su alocado descenso, iba repitiéndose: "Ya llego, ya llego".  Sin embargo, no llegaba.
        Continuó su trepidante descenso, jadeante, perplejo. Los escalones se duplicaban, se triplicaban, se multiplicaban y no se detenían.
        Ningún número señalizaba ya los pisos. Mientras, los minutos corrían también sin detenerse.
        Y él bajaba, bajaba por esas escaleras interminables, una y otra vez.                                                                                                                                           
                                                                                                                              María Graciela Kebani

sábado, 25 de abril de 2020

DESTELLOS




DESTELLOS

Caminó lentamente hacia la playa.
Atardecía. El sol cerraba su abanico de un resplandor anaranjado, enrojecido.
Obnubilado empezó a avanzar sobre el mar.
Sentía cómo el agua acariciaba sus pies, mientras sus huellas quedaban grabadas en la arena.
La luna agigantaba poco a poco su blancura para ascender desde las profundidades del mar hacia los cielos.
Encandilado continuó adentrándose en el mar.
Cuando creyó que podía alcanzarla, tendió los brazos, pero por sus manos resbalaron los destellos plateados de la luna.

                                                                                        María Graciela Kebani

sábado, 18 de abril de 2020

EL DRAGÓN LO ESTABA ESPERANDO



EL DRAGÓN LO ESTABA ESPERANDO

    Cuando llegó la hora, se dirigió hasta la puerta. Quiso abrirla, pero no pudo. La llave en la cerradura permanecía inmóvil. Se negaba a girar a derecha o a izquierda.
    Por fin, después de varios intentos, la puerta se abrió repentinamente. Ante sus ojos atónitos, los refulgentes ojos de un dragón colosal que aleteaba con una furia desorbitada entre ardientes llamaradas.
     No consiguió detener el temblor que le recorrió el cuerpo como un latigazo.
     No dudó. El dragón lo estaba esperando.

                                                                                                      María Graciela Kebani

jueves, 2 de abril de 2020

EL AGUJERO NEGRO DE LA NOCHE

EL AGUJERO NEGRO DE LA NOCHE

      Súbitamente, un grito, estridente, impresionante, perforó el corazón de la noche. Se expandió en medio de la sobrecogedora oscuridad.
      Luego, el ominoso silencio .
      Entonces, abrió la ventana, intentó gritar, pero no pudo. No fue capaz de emitir ninguna palabra, ningún sonido.
     Solo consiguió contemplar el agujero negro de la noche.

                                                                                                  María Graciela Kebani


miércoles, 29 de enero de 2020

ENTRE LA VIGILIA Y EL SUEÑO

ENTRE LA VIGILIA Y EL SUEÑO

   Diciembre. El sol no acababa de recoger sus velas. La tarde, colmada de jazmines y geranios, roja, enrojecida. El aire, cargado de lavanda y de tilos en flor. Tiempo de espera, sin relojes, sin apremio ni campanarios. Detrás de la ventana, la Muerte.
    Alerta la mirada, abierta como un páramo. Espera. Otro día más en el calendario. Otro más. La cuenta regresiva.
    En el zaguán, las sombras desplegaban sus silencios.
    Al final de la calle llameaban los árboles. La Parca, sentada en la mecedora.
    Los ojos abiertos, entre la vigilia y el sueño.

                                                                  María Graciela Kebani

viernes, 24 de enero de 2020

EL MINOTAURO ESTABA ESPERÁNDOME

 Después de horas y horas de caminar por aquellas interminables galerías, me di cuenta de que no conseguiría descubrir la salida. Ahora bien, desde el instante en que decidí atravesar este fatídico laberinto, reconocía que no resultaría nada fácil. Sin embargo, jamás imaginé la oculta perfidia de aquel que había urdido esta endiablada maraña de senderos que se cruzaban y se entrecruzaban indefinidamente. Mis ojos buscaron con avidez el cielo. Podía distinguir alguna que otra estrella. Aún no había oscurecido lo suficiente. Debería apurarme si realmente quería escapar de ese infierno. Las sombras confundirían todavía más el camino y no habría ni estrella ni brújula que me orientaran. Nada a qué aferrarme. Como siempre. En algún sitio se hallaba la salida, pero lamentablemente yo no tenía en mi poder el hilo de Ariadna. Ese descomunal vacío empezaba a asfixiarme. La única opción que me quedaba era continuar. No podía echarme atrás. Tampoco sabía cómo regresar al punto de partida. No quería resignarme a abandonar el desafío de alcanzar el final de este juego que había iniciado. ¿Juego? ¿Vencer o morir? Allá arriba, la luna clavó sin piedad sus plateados cuernos en el vientre de la noche en cierne. En algún rincón del laberinto el Minotauro estaba esperándome.

                                                                                                            María Graciela Kebani