Están ahí,
ahí,
clavados en la intemperie de la noche.
Solitos.
Con las manos barridas por el viento,
con la mirada
colmada de sombras
y de espanto.
Están ahí,
ahí,
con los ojos desnudos
y el hambre,
un hambre feroz
rasguñando las entrañas,
clamando una caricia,
una palabra.
Esperando una flor,
un rayo de sol
y de ternura.
Están ahí,
sobreviviendo
sin más futuro
que ese presente
descarnado,
sin más ilusión
que alcanzar el cielo
con los pies descalzos.
María Graciela Kebani
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