Cuando despertó había quedado atrapado en el sueño, perdido en una biblioteca cuya semejanza con un laberinto lo perturbaba y mucho.
Deambulaba por pasillos interminables rodeado de estanterías infinitas que albergaban libros y más libros encolumnados, ordenados y prolijamente catalogados.
Entraba y salía, recorría los pasillos, pero no conseguía hallar el libro que buscaba. Iba y venía, abría y cerraba los ojos. Avanzaba y retrocedía cercado por una intensa niebla.
Los volúmenes se reproducían, se abrían y se cerraban como alas de mariposas y él seguía avanzando recorriendo con creciente angustia esos pasillos oscuros y estrechos. Despertaba y volvía a dormirse.
Un reloj cucú anunciaba la hora, mientras buscaba afanosamente el libro.
Si despertaba, no lo encontraría nunca. Entonces cerró los ojos y volvió a zambullirse en esa pesadilla sin fin.
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