CUANDO LLEGÓ A LA ESQUINA
Un viento helado arremolinaba las últimas hojas del otoño, mientras la noche, negra, como las negras alas de los cuervos, iba sembrando de sombras las calles desiertas, desoladas.
Un silencio ominoso presagiaba una pesadilla inminente.
Solo se oía el rumor crujiente de las hojas.
Algún ladrido lejano perturbaba aún más la atmósfera opresiva que lo cercaba.
Una espesa bruma apenas le permitía distinguir por donde caminaba.
Cuando llegó a la esquina, el telón viscoso de la niebla le veló los ojos. No conseguía divisar la siguiente cuadra. Nada. No veía nada. Solo un desierto sin límites, un páramo brumoso, devastado...
Intentó volver sobre sus pasos, pero no pudo.
María Graciela Kebani
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