viernes, 24 de enero de 2020

EL MINOTAURO ESTABA ESPERÁNDOME

 Después de horas y horas de caminar por aquellas interminables galerías, me di cuenta de que no conseguiría descubrir la salida. Ahora bien, desde el instante en que decidí atravesar este fatídico laberinto, reconocía que no resultaría nada fácil. Sin embargo, jamás imaginé la oculta perfidia de aquel que había urdido esta endiablada maraña de senderos que se cruzaban y se entrecruzaban indefinidamente. Mis ojos buscaron con avidez el cielo. Podía distinguir alguna que otra estrella. Aún no había oscurecido lo suficiente. Debería apurarme si realmente quería escapar de ese infierno. Las sombras confundirían todavía más el camino y no habría ni estrella ni brújula que me orientaran. Nada a qué aferrarme. Como siempre. En algún sitio se hallaba la salida, pero lamentablemente yo no tenía en mi poder el hilo de Ariadna. Ese descomunal vacío empezaba a asfixiarme. La única opción que me quedaba era continuar. No podía echarme atrás. Tampoco sabía cómo regresar al punto de partida. No quería resignarme a abandonar el desafío de alcanzar el final de este juego que había iniciado. ¿Juego? ¿Vencer o morir? Allá arriba, la luna clavó sin piedad sus plateados cuernos en el vientre de la noche en cierne. En algún rincón del laberinto el Minotauro estaba esperándome.

                                                                                                            María Graciela Kebani

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