Se detuvo. Sospechaba que había perdido el rumbo. Retrocedió unos pasos, pero solo sirvió para darse cuenta de que un revoltijo de calles giraban y se enroscaban y no conducían a ningún sitio.
Entonces, volvió sobre sus pasos con la intención de retomar el camino. Fue inútil. También fue inútil encontrar a alguien que lo orientara un poco.
El cielo se cargaba de nubes. Alcanzó a ver cómo empezaba a relampaguear. En cualquier momento se desataría la tormenta y él, solo, en medio de un paraje irreconocible.
Finalmente, un trueno sacudió hasta los cimientos de la noche.
María Graciela Kebani
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