viernes, 25 de julio de 2025

La pregunta

 


                            


  Primero toqué el timbre, una, dos, tres, cuatro veces. Nada. Nadie respondía- Después golpeé como para que alguien me escuchara. Pero no. Nadie salió a abrir la puerta.

  De pronto, alguien me increpó:

 -¿Quién es usted? ¿Qué quiere?

-Soy solo un hombre que busca una respuesta.

-¿Cuál es su pregunta?

-¿Qué hago yo en esta tierra?

-No soy yo quien debe saciar su curiosidad.

-¿No podría responder a mi cuestionamiento? Alguien debería. No es tan difícil.

-¿Le parece?

-Alguien pergeñó este mundo.

-¿Por qué debería existir una razón, un sentido?

-Siempre hacemos algo con un fin, aunque no esté muy definido.

-No, no siempre. Al contrario, el absurdo es la regla.

- Usted cree que la razón...

-Engendra monstruos, a veces...

-¿Monstruos?

  -Sí, todo aquello que está fuera de la ley, de los dogmas, de la conciencia y que acaba rozando los bordes de un precipicio siempre abierto, dispuesto a devorarnos.

  Usted debe admitir que la debilidad de la razón no es capaz de soportar el edificio que el hombre ha erigido en su nombre o en el de Dios, cualquiera fuera su naturaleza. Le aconsejo que continúe su camino y siga golpeando. Alguna puerta por fin se le abrirá y  encontrará, quizás, alguna respuesta a su pregunta.

-Tal vez la duda sea el único camino. 


                                                                        María Graciela Kebani






martes, 22 de julio de 2025

Tan lejos y tan cerca








¿De qué materia estamos hechos?

Acaso de estrellas, de ilusiones, de silencios,

de lluvia, de arena, de nostalgia,

quizás de luz, de perfume, de música, de magia.

¿Solo sangre fluye en nuestras venas?

¿Solo tiempo cargan nuestros huesos?

¿Qué río, qué nube,

qué viento nos recorre, nos eleva?

¿Qué caminos trazan nuestras huellas?

¿Qué edificios construyen nuestros sueños?

¡Cuánto fuego, cuánta fe y desmesura

en la esperanza!

¿Qué cielos persiguen nuestras alas?

¿Qué puentes tienden nuestros ojos?

Cuántas injusticias nos sublevan.

Los mares, las playas, las montañas 

siempre nos congregan,

hasta los versos de un poema.

Sin embargo, Dios está tan lejos y tan cerca.



                                              María Graciela Kebani


martes, 15 de julio de 2025

Sucedió así

 

 


                                                                                                                  



  Y sucedió así.  Casi sin darnos cuenta. Empezamos a enmudecer de a poco.  Nos habíamos vaciado de palabras.

  Al principio no le dimos importancia, pero con el paso del tiempo, la situación comenzó a preocuparnos. Decidimos   recurrir a los gestos. Sin embargo, las manos, los ojos, los labios ya no eran suficientes. A fin de cuentas, terminaríamos incomunicados. Cada uno en lo suyo. Dejaríamos de compartir lo que soñábamos, lo que pensábamos. 

   Hasta que un día, se produjo algo así como un milagro. Nos dimos cuenta de que podíamos  comunicarnos a través de la música. Y entonces sí que volvimos a sentirnos un poco más humanos. La música se expandió por todos los espacios y era como si hasta el viento se hubiera convertido en una maravillosa melodía. 

   Todo era música, una  armonía  que contagiaba las ganas de vivir y de agradecer. Y la música se adentraba hasta en la sangre, hasta en los huesos y nos transformaba, nos transportaba hasta las esferas celestiales.

   Y así, poco a poco, sumamos nuestras voces en un canto capaz de reunirnos y elevarnos por encima de nuestras limitaciones, más allá de nuestras discrepancias, más allá de... 

   
  Cantábamos y nuestro canto volaba como vuelan las aves, remontando el viento, buscando el sol.                    


                                                                                 María Graciela Kebani



                                       



lunes, 30 de junio de 2025

Desperté

 





Desperté súbitamente. El llanto de un niño vulneró el pesado silencio de la noche. 

La voz acongojada del niño clama a su madre.

Sin embargo, ninguna voz pudo calmar tanta desesperación y tanto desamparo.


                                                                         María Graciela Kebani

Abrí la ventana

 



   Abrí la ventana. El viento intempestivamente se metió en mi cuarto y me llenó los ojos de nubes y tormentas; los oídos, de gemidos y de llantos.

  Solo atiné a cerrar la ventana, pero ya no pude.

                                                                                       María Graciela Kebani

Otra vez la guerra

 



Otra vez la guerra. Otra vez la muerte golpeándonos las puertas. A viva voz. Otra vez la sangre como un alud incontenible ardiendo como hogueras furibundas.

Otra vez los misiles atravesando los cielos enrojecidos. 

Otra vez los hombres explotando sobre aldeas indefensas.

Otra vez el llanto fluyendo como ríos desatados estrellándose como se estrella el mar contra las rocas.

Otra vez los gritos, los alaridos taladrando el aire enrarecido.

Otra vez el dolor y la impotencia.

Otra vez la esperanza, mancillada.

Otra vez las palabras, mutiladas, precipitándose en el vacío más abyecto.


                                                                            María Graciela Kebani


sábado, 14 de junio de 2025

El espejo tan temido

    




    Anochecía. Caminaba solo, solo con mi sombra a cuestas. Y la sombra de los árboles en las veredas. Trataba de alejar mis miedos y mis dudas que se acrecentaban a medida que avanzaba por esas calles desiertas. Algún que otro farol apenas alumbraba. Creaban una atmósfera cada vez más inquietante. Debía llegar a pesar de todo. Debía enfrentar lo que me torturaban desde hacía tantos años.

   Casi sin darme cuenta, me topé con la casa. Apenas la reconocí. La luz bamboleante de un farol desnudaba el deterioro provocado por el paso del tiempo.

   Traspasé el umbral y mis pasos   desataron un ruido descomunal ante el silencio y el polvo acumulado durante años y años.

    No alcanzaba a entrever nada. La linterna del celular a duras penas iluminaba ese espacio vacío donde seguramente un sinfín de telarañas colgaban como  vaporosas cortinas.

   Las sombras se desparramaban por todas partes y el aire resultaba irrespirable. 

   ¿Qué había pasado? ¿Qué me había pasado?

   No solo el tiempo, sino la vida se me había escapado de las manos. Y ahora recorría esas habitaciones abandonadas que ya no guardaban ni un recuerdo de mi infancia ni de mi adolescencia. 

   

En esas paredes descascaradas no quedaban rastros de mis sueños ni de mis fugaces alegrías. Solo una angustia inacabable, que amenazaba volverse eterna, indescifrable. Y allí, al pie de la escalera, el espejo.

Siempre había estado en ese sitio, con su perturbadora presencia. Siempre reflejando aquella imagen de nosotros que no queremos reconocer. Sin embargo, el espejo, entre las penumbras que deambulaban por ese cuarto desprovisto de cualquier tipo de vida, no reflejaba absolutamente nada. El espejo tan temido abría su tenebroso vientre capaz de transportarnos al túnel más oscuro y más interminable. Presentí una presencia ominosa tras la boca abierta de ese espejo aterrador que me contemplaba con sus ojos vacuos. Pero yo no podía distinguir mi rostro en ese  vidrio empañado de tinieblas. 

  Sin pensarlo dos veces, a los tumbos, salí huyendo como si me persiguiera el diablo. Sí, el mismísimo diablo, con toda su furia, con todo su desparpajo. Sin embargo, en el fondo, yo sabía perfectamente que no era el demonio el que me perseguía.    


                                                               María Graciela Kebani


¿Qué respuesta esperaba?















Me miró fijo con unos ojos que evocaban abismos insondables. El duende estaba ahí, 


siniestro, amenazante. Y yo no podía evadir su mirada hipnótica. Tampoco me sentía capaz 


de salir huyendo. Estaba como petrificado.


    -¿Por qué te quedaste sin palabras? -me espetó.


    No atiné a responderle. 


    -¿Qué te aterra? ¿Estás viendo tu alma a través de mis ojos? ¿O creés que soy la serpiente bíblica que solo busca tentarte?


    ¿Qué respuesta esperaba?  No lo supe en aquel momento ni lo sé tampoco ahora.                                   


                                                                          María Graciela Kebani

martes, 3 de junio de 2025

Génesis

 






  Repentinamente, una luz filosa como un cuchillo rasgó los últimos jirones de sombras de la noche. En medio de un silencio sobrecogedor una voz irrumpió como una luminosa catarata.

  Entonces la palabra de Dios puso en movimiento el enigma del Universo.

  El reloj del tiempo empezó a  marcar la hora de la vida.


                                                                  María Graciela Kebani

domingo, 25 de mayo de 2025

Y yo aquí

      









    Llegaba la noche y se desataban los ruidos. Primero crujían los muebles de la habitación y luego rechinaban las maderas del piso. Por momentos el viento sacudía las persianas y alborotaba el follaje de los árboles. De cuando en cuando traía el lastimero ladrido de algún perro.

     Una canilla desvelaba dejaba caer una gota tras otra. El persistente goteo creció de tal manera que rebalsó las paredes de la habitación.

     Los fantasmas entraban y salía de los espejos y los gatos insomnes recorrían, sigilosamente, la azotea buscando algún amorío bajo la luna.

     Y yo aquí, con los oídos atentos, con la mirada abierta hurgando en las sombras, mientras los monstruos agazapados  en los rincones me espiaban y me clavaban sus ojos fosforescentes y sus púas en mis tortuosos sueños. 

    Y  yo aquí,  tratando, inútilmente, de vislumbrar alguna luz que presagiara el alba.


                                                                                               María Graciela Kebani


jueves, 15 de mayo de 2025

Ese grito

 





    Así, de repente, se cayó redonda la luna en el pozo de la noche. Entonces hubo más oscuridad y más incertidumbre sobre la faz de la tierra.

    Un silencio ominoso creció de tal modo que desbordó los inciertos límites del Universo.

    Y nosotros andábamos como ciegos tanteando las paredes del cielo.

    Nos aferrábamos al viento, pero el viento nos zarandeaba de aquí  para allá, como las hojas desprendidas del otoño. 

     Y así estábamos, arrastrándonos como serpientes, tratando de vislumbrar alguna claridad, alguna estrella. 

    Y la vida resbalaba como resbala la lluvia hacia algún sombrío precipicio.

    Y nos cercaban las sombras y los sueños ya eran grotescas pesadillas.

    Y buscábamos con desesperación la manera de escapar de este pozo donde nos asfixiábamos.  

    Y ansiábamos la luz, pero solo nos topábamos con penumbras y con pavor comprobábamos que los túneles y las galerías se propagaban, se abrían y se cerraban, giraban, se apretujaban y no podíamos escapar de la trampa en la que nos hallábamos. 

     Sin embargo, creímos escuchar una voz o, quizás, un alarido que parecía anunciar una luz entre tantas tinieblas.

    Y ese solo grito nos trajo un mínimo rayo de esperanza. 


                                                                                        María Graciela Kebani


lunes, 5 de mayo de 2025

Las palabras







Las palabras se entrelazan, tejen historias y cantan. Cantan hasta canciones de cuna. 

Las palabras se agitan, se precipitan hacia abismos insondables. 

A veces crujen, como cruje la tierra presa de un sismo.

Las palabras se agigantan, se inflan como globos y explotan, fulguran, truenan y se 

expanden por todo el Universo.

Las palabras gritan, se arrodillan y rezan, se yerguen como las semillas que poquito a poco 

germinan en la tierra.

Son rosas que se abren y ocultan sus espinas.

Son estrellas que brillan con su propio brillo.

Y de una galera mágica hacen aparecer palomas que ascienden buscando el cielo. No 

existen jaulas que las encierren; no existen vallas que las detengan.

Las palabras nos atraviesan, nos liberan, nos elevan por los aires y nos recuerdan a cada 

instante nuestra condición de humanos. Y las palabras revolotean, aletean. Son mariposas 

que escapan de los labios y nos abren el corazón y la memoria.  


                                                                                 María Graciela Kebani

miércoles, 16 de abril de 2025

Hacia el ocaso

 





 Ahora empieza a llover y la lluvia cae con la cadencia de una letanía, sobre los tejados, sobre los campos de girasoles, sobre el verdor de los valles.

  Y la lluvia cae , sosegada, sobre la fuente, cae y fluye con el río.

  La lluvia cae, diáfana, para deshojarse en las flores y humedece hasta el perfume de la  mañana y hasta la brisa humedece.

   Y la lluvia ahora cuelga y se descuelga, esmerilada, de las ramas de los árboles.

   Y resbala, transparente, por los cristales de las ventanas. Y yo aquí, contemplando cómo se desliza la lluvia desde mis ojos hasta mis manos. 

   Y siento que voy resbalando, lentamente, hacia el olvido, hacia el silencio, hacia el ocaso. 


                                                                                   María Graciela Kebani




Otra vez

 



       Un pájaro atravesó las ventanas del cielo con un viento de campanas.

        El día abrió de par en par sus puertas y dejó flotar un perfume de jazmines y de rosas.

        El sol reveló su rostro más brillante y apuntó hacia las últimas sombras de la noche.

        Entonces, estalló un disparo como un grito e hirió el aire adormecido.

        Una explosión de alas y de luces rojas, enrojecidas, cubrió el cielo atormentado.

        Otra vez se abrieron las heridas que aún no habían cicatrizado. 


                                                          María Graciela Kebani






domingo, 23 de marzo de 2025

No había conductor

 


                                   



     Y con terror empezamos a notar que el micro aceleraba cada vez más y avanzaba por la ruta como un huracán sin freno. Por un momento creímos que no había conductor ni nada parecido. Solo una furia descontrolada que parecía dispuesta a estrellarse con lo primero que se interpusiera en su carrera. Casi al unísono gritamos, frenéticos, suplicando que se detuviera. Al contrario, más aceleraba. Hasta que finalmente, en medio de un griterío infernal, se detuvo.         
  Las voces se desaceleraron. Despavoridos advertimos que habíamos llegado a orillas de un precipicio.
     
      No, no había conductor ni nada parecido.             
                                                                   
                                                                   María Graciela Kebani

viernes, 28 de febrero de 2025

Una palabra

  






      No se escuchaba ni un murmullo, ni un suspiro, ni una queja. El silencio de Dios abarcaba todo el Universo. Un silencio atroz, irrespirable. Un silencio sin fin y sin principio. Más perturbador que la muerte, más infernal que el propio infierno.

       Un silencio que espera el sortilegio de una palabra. Una palabra que impulse nuevamente el mecanismo insondable del Universo.  

                                                                      María Graciela Kebani

jueves, 27 de febrero de 2025

Estábamos allí...

 ESTÁBAMOS ALLÍ...


Estábamos allí, 

con los pies clavados en la tierra, 

y con los ojos trepando

por las escaleras del cielo. 

Estábamos allí, 

apagando el fuego con las manos, 

buscando sin descanso

 las alas de los pájaros,

agitando los brazos al viento,

pidiendo a voces,

lluvia, abundante lluvia, 

para acallar la sequía, 

para ahogar la sed

que nos tortura

una y otra vez. 

Estábamos allí, 

exhaustos,

sin fe, sin rumbo, sin destino,

cargando el peso de la noche,

soportando el peso de la sangre,

derramada

a través de  años, 

a través de  siglos. 

Estábamos allí, 

esperando,

esperando que una voz, potente,

nos despierte

y nos grite: "¡Levántate y anda!" 

miércoles, 5 de febrero de 2025

Parque de diversiones

 

   En este país se vive en un parque de diversiones. Siempre estamos dando vueltas a la calesita, hamacándonos en los mismos errores. Ascendemos por el tobogán para descender inmediatamente en forma estrepitosa. Y como en el sube y baja, cuando un militar sube, un presidente baja.

viernes, 3 de enero de 2025

Señales






   Y entonces el viento empezó a crecer como los ojos del espanto. Vociferaba desorbitado. Con sus manotazos perseguía las nubes que se iban acumulando como se acumula la ira hasta que explota. 

   Y el mar, allá abajo, subía, bramando como una fiera acorralada. 

   Y el mar abría sus fauces y como un dragón enfurecido echaba espuma y cubría los cielos y la tierra.

    Y en el vértigo desatado por el huracán se escucharon las plegarias de los que aún confiaban en sus dioses.

    Las voces giraron como un trompo enloquecido.

    Y el viento arrollador las diseminó por todo el universo.


                                                                                 María Graciela Kebani