Y entonces el viento empezó a crecer como los ojos del espanto. Vociferaba desorbitado. Con sus manotazos perseguía las nubes que se iban acumulando como se acumula la ira hasta que explota.
Y el mar, allá abajo, subía, bramando como una fiera acorralada.
Y el mar abría sus fauces y como un dragón enfurecido echaba espuma y cubría los cielos y la tierra.
Y en el vértigo desatado por el huracán se escucharon las plegarias de los que aún confiaban en sus dioses.
Las voces giraron como un trompo enloquecido.
Y el viento arrollador las diseminó por todo el universo.
María Graciela Kebani
No hay comentarios:
Publicar un comentario