Un pájaro atravesó las ventanas del cielo con un viento de campanas.
El día abrió de par en par sus puertas y dejó flotar un perfume de jazmines y de rosas.
El sol reveló su rostro más brillante y apuntó hacia las últimas sombras de la noche.
Entonces, estalló un disparo como un grito e hirió el aire adormecido.
Una explosión de alas y de luces rojas, enrojecidas, cubrió el cielo atormentado.
Otra vez se abrieron las heridas que aún no habían cicatrizado.
María Graciela Kebani
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