Me miró fijo con unos ojos que evocaban abismos insondables. El duende estaba ahí,
siniestro, amenazante. Y yo no podía evadir su mirada hipnótica. Tampoco me sentía capaz
de salir huyendo. Estaba como petrificado.
-¿Por qué te quedaste sin palabras? -me espetó.
No atiné a responderle.
-¿Qué te aterra? ¿Estás viendo tu alma a través de mis ojos? ¿O creés que soy la serpiente bíblica que solo busca tentarte?
¿Qué respuesta esperaba? No lo supe en aquel momento ni lo sé tampoco ahora.
María Graciela Kebani
No hay comentarios:
Publicar un comentario