No hubo manera de que el auto volviera a arrancar. Así que emprendió la caminata hacia el pueblo más cercano. Una leve brisa aleteaba es ese cálido atardecer, todavía luminoso.
Cuando se acercaba a lo que parecía un pueblo, había empezado a anochecer. Llegó a vislumbrar algunos caminos a lo largo de los cuales se alzaban sombrías casitas. Lo sorprendió la aparición de un hombre embozado en una capa brumosa.
- ¿Cómo se llama este pueblo?
-¡Márchese ya de aquí! Este no es un pueblo.
Entonces su mirada giró a su alrededor y con pavor descubrió que estaba rodeado de cruces. Lo que supuso casitas, resultaron bóvedas de un cementerio.
María Graciela Kebani
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