domingo, 14 de marzo de 2021

Retorno

 


Aquel domingo de otoño salió a caminar sin rumbo fijo. Una extraña luminosidad flotaba en el ambiente. El aire quieto tornaba mágica la mañana.

Caminaba por esas calles por las que no transitaba ni un alma. Tanto silencio lo sobrecogía.

Mientras iba pisando las hojas secas, recordaba cuando recorría el trayecto a la escuela y le encantaba el crujido producían sus pisadas.

De pronto, se topó con una plaza que a esa hora estaba desierta. Se respiraba una serenidad inquietante. Solo se escuchaba el murmullo del agua que una sirena desde su cántaro vertía en la fuente.





No volaban ni las palomas. No cantaba ni un pájaro. Los juegos sin niños y las hamacas, inmóviles, le causaban una impresión indescriptible.

Entonces le vino a la memoria el cuento de la  Bella Durmiente. Después de que la princesa Aurora se pinchara el dedo con el huso de una rueca y se quedara dormida, todos los cortesanos y los guardias también se sumieron en un profundo sueño.

El tiempo permanecía suspendido.

Recordó con nostalgia las ilustraciones de aquel relato maravilloso: los reyes durmiendo en el trono; los jardineros, en los jardines, mientras a vegetación crecía y crecía y se volvía impenetrable.

Súbitamente alcanzó a oír una música que lo remontaba a su niñez y en ese mismo instante la calesita comenzó a dar vueltas al compás de esa melodía.

Sin embargo, giraba y no llevaba chicos cabalgando en blancos caballitos, ni en elefantitos sonrientes ni conduciendo autitos ni sentados en esbeltos cisnes.

Y giraba y giraba, frenéticamente, y todo a su alrededor empezó a dar vueltas como esa calesita fantasmal y la música, ensordecedora, siguió sonando cada vez más estridente.

                                                                                        María Graciela Kebani

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