Cuando se halló ante la cueva, pronunció las palabras mágicas: "¡Ábrete, sésamo!" Sin embargo, ninguna roca se movió. Volvió a pronunciarlas con más énfasis: "¡Ábrete, sésamo!"
La cueva permanecía cerrada. Se el ocurrió invertir la fórmula. "¡Sésamo, ábrete!"
Entonces el prodigio aconteció: la cueva abrió sus entrañas. Pero estaba completamente vacía. Nada por aquí, nada por allá. Nada por ningún lado.
No había dudas: él no era Alí Babá.
María Graciela Kebani
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