Llegó al primer rellano. Allí se dio cuenta de que la escalera no tenía fin. Por más que subiera y subiera, no llegaría nunca al final. Tampoco podría retroceder.
Entonces permaneció ahí, contemplando azorado los infinitos escalones de una escalera infinita, repitiendo como una letanía, aquellas palabras que pronunciaba cuando era un niño y le resultaban incomprensibles: "Por los siglos de los siglos".
María Graciela Kebani
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