Bajó del colectivo una parada después. Cuando intentó retomar el camino habitual, no lo consiguió. No reconocía ninguna calle, ninguna esquina. Nada. Empezó a preguntar a los transeúntes que pasaban y nadie sabía responderle.
Por un momento pensó que no entendía el idioma que hablaban todos aquellos a quienes interrogaba. Pero se equivocaba. No estaba donde debía estar.
Si solo se había pasado una parada...
Finalmente decidió continuar avanzando en línea recta. Después de caminar algunas cuadras, empezó a notar que los edificios iban desapareciendo. Los árboles también empezaban a ralear.
Poco a poco se esfumaban los ruidos y el tráfico.
De golpe, se encontró en medio de un páramo desolado. Un pájaro cruzó el cielo y la soledad lo dejó sin aliento como si hubiera corrido toda su vida.
María Graciela Kebani
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