jueves, 8 de abril de 2021

Los enanitos de jardín


     Siempre pasaba apurada por esa casa. Le fascinaban los enanos que poblaban el jardín que rodeaba la vivienda. Entre plantas, flores y hasta una fuente de agua, asomaba las inquietantes sonrisas de estos duendes que parecían acechar desde las sombras a los desprevenidos transeúntes.

       No sabía explicar esa extraña atracción que experimentaba por los enanos. Tal vez se remontaba a su niñez. Durante su infancia leía y leía cuentos maravillosos donde aparecían y desaparecían gnomos, hadas y toda clase de seres fantásticos. Ni los genios lograban causarle tamaña impresión.

       Una tarde cuando regresaba a su casa, se le ocurrió prestar atención a ese mágico vergel que se parecía tanto a los bosques de los relatos de su infancia.

       Buscó entre las plantas y los árboles de ese lugar encantado a los enanitos, pero no vio a ninguno. Ni rastro de sus gorritos ni de sus puntiagudos calzados.

       Seguramente la creciente oscuridad que desplegaba el atardecer le impedía descubrirlos. Ellos seguirían allí, acechando como siempre. 

       Al día siguiente, los buscó otra vez hasta en la fuente, en alguna ventana, entre el follaje de los árboles. Nada. Ningún duende dejaba entrever sus sonrisas perturbadoras. 

      Sorpresivamente alguien se acercaba a la puerta.

      -Buenos días, ¿podría hacerle una pregunta?

      -Sí, por supuesto.

      -¿Dónde están los enanitos?

     -¿Enanitos?

     -Sí, los enanitos que decoraban el jardín.

     -No, se equivoca, nunca hubo enanitos. Me provocan cierta aprensión.

      Cuando la señora salió, le pareció que en uno de los árboles más altos y frondosos se asomaba un gorrito rojo y un farolito que se balanceaba. Hasta creyó escuchar una risa sarcástica.


                                                                                       María Graciela Kebani

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