Anochecía y para colmo de males había extraviado el rumbo. Iba un poco a los tumbos por calles poco iluminados y medio retorcidos, serpenteantes. En medio de la oscuridad un parque me pareció un bosque y me causó tanta impresión que aceleré más el paso. De ninguna manera estaba dispuesta a atravesarlo.
Invoqué a Dios y a todos los santos.
De repente, en la esquina creí distinguir una sombra que se acercaba.
-¿Quién es usted? -le pregunté aterrada.
-Buenas noches. No te asustes. Soy el lobo y tú debes ser Caperucita.
-¿Caperucita?
-Pues claro. Iremos juntos a visitar a la abuelita.
-Me parece una idea estupenda. Por fin, encontré el camino. Ahora me doy cuenta para que llevaba esta canasta con una tarta de frutillas.
Y colorín colorado este cuento aún no ha acabado.
María Graciela Kebani
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