Anochecía y la oscuridad empezaba a filtrarse por todos los rincones. Un viento helado se colaba a través de las ventanas sin pedir permiso. Toda la casa estaba congelada. Y en el reloj también se congelaba el tiempo. Pero yo sabía que era la hora en que al final de la escalera acechaba. Sabía que me esperaba pacientemente esbozado en las sombras. Como todas las noches. En el extremo más tenebroso de la escalera, aguardando el momento preciso para darme caza y devorarme. Seguramente pretendía sorber hasta mi última gota de sangre.
María Graciela Kebani
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