Sucedió que sorpresivamente los cielos se oscurecieron y la tormenta amenazó con destruirlo todo.
Las ráfagas huracanadas sacudían con una ferocidad inusitada árboles y cuanto se interponía en su descontrolada carrera. Mientras, los relámpagos acribillaban la tierra con sus luces aceradas y los truenos colmaban el aire con su estruendo.
En segundos, una lluvia torrencial se desplomó impiadosamente y en poco tiempo el pueblo quedó inundado por completo.
Y llovió durante días.
Y llovió durante noches.
Afortunadamente los pueblerinos habían construido un arca como Noé y allí se habían refugiado junto con los animales.
Sin embargo, dudaban de que este segundo diluvio finalizara alguna vez.
Dudaban si en algún momento aparecería en el cielo el arco iris que Dios le había prometido a Noé.
Seguramente a esta altura Dios no se atrevería a confirmar que no volvería a maldecir la tierra por causa del hombre.
Tampoco se animaría a firmar ningún pacto más con la humanidad.
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