Empezó a tocar la campanilla anunciando la llegada del tren.
Y sonaba y sonaba cada vez más con más estridencia. Hasta el aire vibraba con ese campanilleo infernal. Pero no llegaba. No, no llegaba. Hasta en el viento repercutía aquel punzante zumbido.
Continuaba acumulándose gente en el cruce y en la estación. La impaciencia iba en aumento. De repente, en el cielo apareció un barrilete que se balanceaba como un pájaro.
La campanilla, en ese momento, dejó de escucharse.
El tren nunca arribó.
María Graciela Kebani
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