jueves, 29 de abril de 2021

Llaman a la puerta

 


   Alguien golpeó la puerta. Ya era tarde y a esa hora no esperaba a nadie. De todas maneras se dispuso a averiguar quien llamaba. Mientras buscaba las llaves, volvieron a golpear más fuerte aún. Cuando espió por la mirilla, no vio a nadie. Sin embargo, creyó haber oído claramente los llamados. Las llaves no estaban donde debían Así que con cierto nerviosismo comprobó que no aparecían en los lugares habituales. Nuevos golpes.

    Y él que no encontraba el llavero. Y alguien que reclamaba su atención. 

    Volvió a mirar por la mirilla. Nada. No alcanzaba a distinguir a ninguna persona.

      Y los golpes continuaban. Cuando finalmente dio con las llaves, se acercó a la puerta.

     -¿Quién está ahí?

     Nadie respondió.

      Decidido, abrió con cuidado. Nada. Sin embargo, le pareció vislumbrar a lo lejos una sombra que huía.

     De inmediato, cerró la puerta y colocó la traba.

     Entonces volvieron a escucharse los golpes.

                                                                                María Graciela Kebani

 


domingo, 25 de abril de 2021

El lobo de Caperucita

            


          Anochecía y para colmo de males había extraviado el rumbo. Iba un poco a los tumbos por calles poco iluminados y medio retorcidos, serpenteantes. En medio de la oscuridad un parque me pareció un bosque y me causó tanta impresión que aceleré más el paso. De ninguna manera estaba dispuesta a atravesarlo. 

          Invoqué a Dios y a todos los santos.

          De repente, en la esquina creí distinguir una sombra que se acercaba.  

          -¿Quién es usted? -le pregunté aterrada.

          -Buenas noches. No te asustes. Soy el lobo y tú debes ser Caperucita.

          -¿Caperucita? 

          -Pues claro. Iremos juntos a visitar a la abuelita.

          -Me parece una idea estupenda. Por fin, encontré el camino. Ahora me doy cuenta para que llevaba esta canasta con una tarta de frutillas.

           Y colorín colorado este cuento aún no ha acabado. 

                                                                       María Graciela Kebani

sábado, 24 de abril de 2021

El arca de Noé

 



    Sucedió que sorpresivamente los cielos se oscurecieron y la tormenta amenazó con destruirlo todo.

    Las ráfagas huracanadas sacudían con una ferocidad inusitada árboles y cuanto se interponía en su descontrolada carrera. Mientras, los relámpagos acribillaban la tierra con sus luces aceradas y los truenos colmaban el aire con su estruendo.

     En segundos, una lluvia torrencial se desplomó impiadosamente y en poco tiempo el pueblo quedó inundado por completo.

      Y llovió durante días.

      Y llovió durante noches.

      Afortunadamente los pueblerinos habían construido un arca como Noé y allí se habían refugiado junto con los animales.

      Sin embargo, dudaban de que este segundo diluvio finalizara alguna vez.    

     Dudaban si en algún momento aparecería en el cielo el  arco iris que Dios le había prometido a Noé. 

      Seguramente a esta altura Dios no se atrevería a confirmar que no volvería a maldecir la tierra por causa del hombre.

      Tampoco se animaría a firmar ningún pacto más con la humanidad.

                                                                                         María Graciela Kebani

martes, 20 de abril de 2021

El tren nunca arribó

      

      Empezó a tocar la campanilla anunciando la llegada del tren.

      Y sonaba y sonaba cada vez más con más estridencia. Hasta el aire vibraba con ese campanilleo infernal. Pero no llegaba. No, no llegaba. Hasta en el viento repercutía aquel punzante zumbido.

     Continuaba acumulándose gente en el cruce y en la estación. La impaciencia iba en aumento. De repente, en el cielo apareció un barrilete que se balanceaba como un pájaro.  

     La campanilla, en ese momento, dejó de escucharse.

      El tren nunca arribó.

                                                                                          María Graciela Kebani

domingo, 18 de abril de 2021

Casi, casi como un barrilete

 


Cuando abrí la mano, escapó volando una mariposa.

 Cuando abrí la otra, me lancé a volar hacia los cielo.

  En este punto, amable lector, deberías recordar que estás leyendo un cuento, por lo tanto, podrás dudar de que sea verdad lo que te estoy contando.Sin embargo, en este mismo momento, si te asomás por alguna ventana, me verás suspendido en el aire, casi, casi como un barrilete que un niño dejó volar, libre, en el viento.

                                                                                        María Graciela Kebani

jueves, 15 de abril de 2021

¿Quién responderá?


¿Quién responderá 

por tantos muertos 

y tantos genocidios

 encubiertos?


¿Quién responderá 

por tanta madre 

sin hijo 

y tantos hijos 

sin padres?


¿Quién responderá 

por tanta ilusión segada,

 por tanta violencia

 desatada 

y tanta vida 

aniquilada?


¿Por tanta hierba 

mutilada,

 tanto árbol 

deshojado 

y tanto pájaro 

enjaulado 

quién responderá ?


¿Quién responderá

 por tanta injusticia

 cometida, 

tanto corazón ultrajado, 

por tanta hambre

 y tanta sed

 insatisfechas?


¿Por tanta lengua 

y mano

 cercenadas, 

por tanta aurora 

mancillada 

y tanto cielo 

emponzoñado,

 por tanto niño 

atropellado, 

quién responderá?


                                                   María Graciela Kebani

SILUETAS


    Tendió la mirada mientras el sol encendía de rojos y de naranjas el cielo que atardecía. La llanura parecía una hoguera desatada, desmelenada.

    A lo lejos, extrañado, contempló cómo un sinnúmero de siluetas renegridas, en medio de las llamaradas, esgrimiendo en sus manos una descomunal hoz relumbrante, segaban el aire calcinado.     


                                                                                      María Graciela Kebani

       


Al final de la escalera

   


         Anochecía y la oscuridad  empezaba a filtrarse por todos los rincones. Un viento helado se colaba a través de las ventanas sin pedir permiso. Toda la casa estaba congelada. Y en el reloj también se congelaba el tiempo. Pero yo sabía que era la hora en que al final de la escalera acechaba. Sabía que me esperaba pacientemente esbozado en las sombras. Como todas las noches. En el extremo más tenebroso de la escalera, aguardando el momento preciso para darme caza y devorarme. Seguramente pretendía sorber hasta mi última gota de sangre.


                                                                                                   María Graciela Kebani

domingo, 11 de abril de 2021

De un momento a otro el tren aparecería

      


       Salí corriendo. Anochecía y eso me angustiaba aún más. Para peor me había olvidado las llaves. Busqué en la cartera, en los bolsillos y nada. No las tenía. Tampoco recordaba qué había hecho con ellas. Y corría y corría mientras escuchaba el pitido del tren. Debía andar cerca de alguna estación. Pero ni idea. Evidentemente había perdido el rumbo. Siempre vivía despistada. Mi vida era un completo despiste, con un grado de alienación notable. Desde chiquita. Una tendencia a desvariar, a imaginar lo inimaginable. Pero ahora debía volver. Dejar de correr en medio de la oscuridad y próxima a las vías del ferrocarril que indudablemente se hallaba muy cerca de mis pensamientos. Sin embargo, mis alucinaciones no me impedían percibir el ruido del tren que trepidaba por las vías y que asfixiaban el sonido chirriante de la campanilla. Entonces pensé, no sabía bien por qué: "Debo cruzar antes de que pase el tren. Tengo que llegar al otro lado".  Así que como un huracán desorbitado me lancé a cruzar la vía. Todavía chirriaba la campanilla aturdiéndome más y más. De un momento a otro el tren aparecería. 

        Allá arriba, una luna gigantesca resplandecía con un brillo alucinante.

                                                                                                     María Graciela Kebani



jueves, 8 de abril de 2021

Los enanitos de jardín


     Siempre pasaba apurada por esa casa. Le fascinaban los enanos que poblaban el jardín que rodeaba la vivienda. Entre plantas, flores y hasta una fuente de agua, asomaba las inquietantes sonrisas de estos duendes que parecían acechar desde las sombras a los desprevenidos transeúntes.

       No sabía explicar esa extraña atracción que experimentaba por los enanos. Tal vez se remontaba a su niñez. Durante su infancia leía y leía cuentos maravillosos donde aparecían y desaparecían gnomos, hadas y toda clase de seres fantásticos. Ni los genios lograban causarle tamaña impresión.

       Una tarde cuando regresaba a su casa, se le ocurrió prestar atención a ese mágico vergel que se parecía tanto a los bosques de los relatos de su infancia.

       Buscó entre las plantas y los árboles de ese lugar encantado a los enanitos, pero no vio a ninguno. Ni rastro de sus gorritos ni de sus puntiagudos calzados.

       Seguramente la creciente oscuridad que desplegaba el atardecer le impedía descubrirlos. Ellos seguirían allí, acechando como siempre. 

       Al día siguiente, los buscó otra vez hasta en la fuente, en alguna ventana, entre el follaje de los árboles. Nada. Ningún duende dejaba entrever sus sonrisas perturbadoras. 

      Sorpresivamente alguien se acercaba a la puerta.

      -Buenos días, ¿podría hacerle una pregunta?

      -Sí, por supuesto.

      -¿Dónde están los enanitos?

     -¿Enanitos?

     -Sí, los enanitos que decoraban el jardín.

     -No, se equivoca, nunca hubo enanitos. Me provocan cierta aprensión.

      Cuando la señora salió, le pareció que en uno de los árboles más altos y frondosos se asomaba un gorrito rojo y un farolito que se balanceaba. Hasta creyó escuchar una risa sarcástica.


                                                                                       María Graciela Kebani

jueves, 1 de abril de 2021

La poesía

   

    Cavó con sus propias manos la tierra húmeda de rocío. Sembró de versos el cielo de los hombres. Repicaron las campanas del alba y la poesía corrió desatada como un río, inundando los valles y los mares, las arenas y la sangre y los jardines y las sombras... Corrió como lava de volcanes incendiando de soles los espacios. La poesía trepó por las escaleras del viento y giró arrebatada en los molinos y como lluvia fresca regó los sembrados y la tierra baldía. La música estalló expandiéndose entre violines, violas, laúdes y guitarras.
  La poesía buscó ansiosamente las nubes, los corazones, los deseos, las golondrinas, abrió las alas como una mariposa y se llenó de azahares y de estrellas.
  Y sembró de versos la tierra de los hombres…


                                                                                                 María Graciela Kebani