Alguien golpeó la puerta. Ya era tarde y a esa hora no esperaba a nadie. De todas maneras se dispuso a averiguar quien llamaba. Mientras buscaba las llaves, volvieron a golpear más fuerte aún. Cuando espió por la mirilla, no vio a nadie. Sin embargo, creyó haber oído claramente los llamados. Las llaves no estaban donde debían Así que con cierto nerviosismo comprobó que no aparecían en los lugares habituales. Nuevos golpes.
Y él que no encontraba el llavero. Y alguien que reclamaba su atención.
Volvió a mirar por la mirilla. Nada. No alcanzaba a distinguir a ninguna persona.
Y los golpes continuaban. Cuando finalmente dio con las llaves, se acercó a la puerta.
-¿Quién está ahí?
Nadie respondió.
Decidido, abrió con cuidado. Nada. Sin embargo, le pareció vislumbrar a lo lejos una sombra que huía.
De inmediato, cerró la puerta y colocó la traba.
Entonces volvieron a escucharse los golpes.
María Graciela Kebani