miércoles, 31 de marzo de 2021

La última puerta

         


       Había empezado a lloviznar. Se cubrió la cabeza con la capucha de su campera y apretó el paso. Le faltaban pocas cuadras para llegar. Debía andar con cuidado. Las calles estaban resbaladizas y temía tropezar en cualquier momento. Las sombras crecían y se agitaban a su alrededor. No sabía bien por qué  la oscuridad lo aterrorizaba.

       De pronto, cuando se hallaba a punto de doblar una esquina, no supo cómo, cayó en un pozo.

       No podía creer  lo que estaba pasando.

       Iba cayendo por un túnel oscuro y tenebroso.

     Imprevistamente llegó al final. En medio de una luz difusa alcanzó a divisar una extraña figura que se movía inquieta y se dirigía hacia él. Era un conejo, todo trajeado y con una galera por donde asomaban unas orejas blancas y espumosas. Un verdadero personaje de algún cuento de hadas. Parecía muy apurado. De repente, extrajo de un bolsillo de su chaqueta un reloj enorme para un conejo de su tamaño.

     En cuanto lo vio con ese reloj que sostenía con cadena dorada, reluciente, recordó: "Alicia en el país de las maravillas". A los ocho años había leído el libro por primera vez. Le pareció muy descabellado. Siempre prefirió los mundos racionales a los oníricos. Tantos disparates lo descolocaban.

      -Estoy retrasado -se repetía con mucha preocupación el conejo parlante.

      -¿Y yo estoy perdido?

       -¿Perdido?

       -Sí, necesito volver al mundo real. ¿Qué puedo hacer?

        -Escuchame bien. ¿Ves esas puertas que nos rodean?

       -Sí.

       -Presta mucha atención. Solo una de estas puertas te devolverá al mundo que llamás real.

       -¿Cuál es?

       -Deberás descubrirlo vos mismo. Te dejo la llave.

       Y el conejo desapareció tras una de esas misteriosas puertas. Sin perder tiempo, se lanzó a encontrar la puerta salvadora. 

        Probó abrir la que se encontraba más cerca, pero no lo consiguió.  Así continuó con las siguientes. 

        Con desesperación creciente comprendió que la llave no giraba en ninguna cerradura.

        Finalmente se halló ante la última posibilidad. Introdujo la llave y le pareció que giraba. 

         Sin embargo, la última puerta no se abrió.


                                                                                María Graciela Kebani


    


     


jueves, 25 de marzo de 2021

Don Mini, el justiciero

                                         


  Un buen día, mi gato, "el bello durmiente", Mini, apócope de Minino, para los amigos, decidió dar un giro espectacular a su vida cómodamente sedentaria. Se calzó unas botas de un negro reluciente, una elegante chaqueta y se ungió un sombrero.

      Había planeado recorrer el mundo como un caballero andante a la manera, alocada, de Don Quijote.

       Después de acicalarse cuidadosamente, me pidió que le alcanzara una espada para completar su atuendo. Sin dudarlo, le entregué una gruesa aguja de tejer de mi abuela. La consideró adecuada, sin embargo, le pareció insuficiente. 

      -¿No tendrías alguna pistola o algún revólver?

      -No te conviene, Mini, te convertirás en un gato del Far West en lugar de un caballero.

      -Tienes razón. Heme aquí dispuesto a echarme a andar por los caminos para defender a los humildes y desprotegidos, a las doncellas en peligro y para hacer justicia. Además trataré de solucionar los problemas ambientales que nos afectan a todos. 

      Hasta en su forma de hablar, Mini se había apropiado de la investidura de un verdadero caballero andante. En realidad, su vestimenta recordaba más la de un mosquetero aventurero, tipo D' Artagnan, pero no le dije nada. 

      Entonces caí en la cuenta de que me quedaría solo, sin su entrañable compañía.

       -No te preocupes. Te conseguiré a la brevedad a un gato que se comporte como tal, vale decir, que se dedique a comer, dormir y te resulte una dulce compañía, algo así como un ángel de la guarda y que se conforme con una vida tranquila y sin sobresaltos.

      -Sabias palabras las tuyas, querido amigo.

      -Así es. Mis deberes me llaman a acabar con tantas injusticias. De ahora en más me llamaré Don Mini, el de las negras botas y el justiciero. Te enterarás de mis hazañas en todos los medios de comunicación.

       -¡Qué visión abarcadora tenía Mini de la realidad! 

       Un poco preocupado por sus vastas ambiciones, le solicité:

       -No la emprendas contra molinos de viento ni contra empresarios ultrapoderosos porque podrías salir muy malparado.

        Olvida tus preocupaciones. Me marcharé en cuanto esté listo.

        Y sin decir más, saltó  sobre mi regazo, empezó a ronronear y se dispuso a dormir como es costumbre ancestral en todos los gatos.

                                                                                        María Graciela Kebani

     

martes, 23 de marzo de 2021

El pueblo fantasma

   


    No hubo manera de que el auto volviera a arrancar. Así que emprendió la caminata hacia el pueblo más cercano. Una leve brisa aleteaba es ese cálido atardecer, todavía luminoso.

   Cuando se acercaba a lo que parecía un pueblo, había empezado a anochecer. Llegó a vislumbrar algunos caminos a lo largo de los cuales se alzaban sombrías casitas. Lo sorprendió la aparición de un hombre embozado en una capa brumosa. 

   - ¿Cómo se llama este pueblo?

   -¡Márchese ya de aquí! Este no es un pueblo.

    Entonces su mirada giró a su alrededor y con pavor descubrió que estaba rodeado de cruces. Lo que supuso casitas, resultaron bóvedas de un cementerio.

                                                                                            María Graciela Kebani

La soledad lo dejó sin aliento

     


      Bajó del colectivo una parada después. Cuando intentó retomar el camino habitual, no lo consiguió. No reconocía ninguna calle, ninguna esquina. Nada. Empezó a preguntar a los transeúntes que pasaban y nadie sabía responderle.

     Por un momento pensó que no entendía el idioma  que hablaban todos aquellos a quienes interrogaba. Pero se equivocaba. No estaba donde debía estar.

    Si solo se había pasado una parada...

    Finalmente decidió continuar avanzando en línea recta. Después de caminar algunas cuadras, empezó a notar que los edificios iban desapareciendo. Los árboles también empezaban a ralear.

    Poco a poco se esfumaban los ruidos y el tráfico.

    De golpe, se encontró en medio de un páramo desolado. Un pájaro cruzó el cielo y la soledad lo dejó sin aliento como si hubiera corrido toda su vida.

                                                                                               María Graciela Kebani


lunes, 22 de marzo de 2021

Siete enanos y Blancanieves

        




        Algún campanario soltó doce campanadas. Por fin había llegado a casa. Ahora sí podría descansar. Sin embargo, cuando entró y encendió la luz, recibió una sorpresa. En la sala se encontraban ni más ni menos que siete enanitos.

      -¿Qué hacen ustedes aquí?

      -Estamos esperando a Blancanieves.

      -¡¿Qué?!

     No había concluido su asombro, cuando se escuchó el timbre. 

      Abrió la puerta y se topó frente a frente, cara a cara con una jovencita.

     -¡Usted!

    -Soy...

    -No me diga nada. Usted es Blancanieves y en mi casa y en mi sala están sus amigos. Ya es hora de que se marchen todos por donde han venido.

    -No, aún no -replicó uno de los enanitos.

    -¿Qué significa todo esto? Alguno de ustedes puede explicármelo.

    -Consulte con un psicólogo.

    -O mejor un psiquiatra -agregó otro enano con total desparpajo.

    Y en un abrir y cerrar de ojos, todos desaparecieron incluida Blancanieves.


                                                                           María Graciela Kebani

domingo, 21 de marzo de 2021

¡Ábrete, sésamo!

      

      Cuando se halló ante la cueva, pronunció las palabras mágicas: "¡Ábrete, sésamo!" Sin embargo, ninguna roca se movió. Volvió a pronunciarlas con más énfasis: "¡Ábrete, sésamo!"

      La cueva permanecía cerrada. Se el ocurrió invertir la fórmula. "¡Sésamo, ábrete!" 

      Entonces el prodigio aconteció: la cueva abrió sus entrañas. Pero estaba completamente vacía. Nada por aquí, nada por allá. Nada por ningún lado.

       No había dudas: él no era Alí Babá.

                                                                                                      María Graciela Kebani

sábado, 20 de marzo de 2021

Al fondo del pasillo

  


      Al fondo del pasillo, el espejo. En el espejo la imagen de un hombre agobiado, envejecido, a quien no reconocía. No, no era él. Era otro. Otro que quería atravesar ese espejo y llegar a otro mundo. Escapar de la realidad que lo asfixiaba. Entonces contempló el jardín que se extendía ante su mirada atónita. Los árboles bordeaban senderos que se bifurcaban como sus deseos. Alcanzó a divisar una fuente y en el agua de la fuente, el rostro de un hombre, agobiado, envejecido.


                                                                                      María Graciela Kebani

Cenicienta

     


     Se escucharon las doce campanadas que anunciaban la medianoche. Mientras corría desaforadamente, huyendo de sus pesadillas, advirtió que había perdido el zapato como la Cenicienta, cuando escapaba para evitar que después de la última campanada, el hechizo se esfumara y todo  volviera a la normalidad.

     Lamentablemente en esta historia no aparecería ningún príncipe con el zapato extraviado. No habría final feliz. Por el contrario, probablemente ni continuara esa alocada carrera, además de perder el otro zapato, perdería también la cabeza. 

                                                                                       María Graciela Kebani

                                                                         

jueves, 18 de marzo de 2021

Las tres puertas

        


    No sabía cómo había llegado hasta allí. Solo recordaba que de repente se había encontrado ante las tres puertas de madera, todas iguales y que exhibían un deterioro creciente y telarañas que acentuaban esa sensación de abandono.

    Sabía perfectamente que debía tocar en una de ellas. Detrás de las otras dos, aguardaba la muerte.

     Cómo averiguar cuál era la puerta a la que debía llamar. Cerró los ojos y trató de hacer memoria. No hubo caso. No recordaba. No conseguía  reconocer la puerta verdadera, la puerta de la vida. 

     Pasaban los minutos y no podía retrasar la elección.

     Finalmente se decidió. Con mano temblorosa golpeó la puerta central. Nadie respondió. Por segunda vez volvió a golpear. Entonces se entreabrió apenas y creyó que lo invitaban a traspasar el umbral. Así lo hizo. 

     Cuando la puerta se cerró, las dudas desaparecieron.

     La oscuridad del recinto le demostró que las tres puertas conducían al mismo sitio.


                                                                           María Graciela Kebani

lunes, 15 de marzo de 2021

Eternidad

      


     Llegó al primer rellano. Allí se dio cuenta de que la escalera no tenía fin. Por más que subiera y subiera, no llegaría nunca al final. Tampoco podría retroceder.

      Entonces permaneció ahí, contemplando azorado los infinitos escalones de una escalera infinita, repitiendo como una letanía, aquellas palabras que pronunciaba cuando era un niño y le resultaban incomprensibles: "Por los siglos de los siglos".


                                                                                                        María Graciela Kebani

domingo, 14 de marzo de 2021

Retorno

 


Aquel domingo de otoño salió a caminar sin rumbo fijo. Una extraña luminosidad flotaba en el ambiente. El aire quieto tornaba mágica la mañana.

Caminaba por esas calles por las que no transitaba ni un alma. Tanto silencio lo sobrecogía.

Mientras iba pisando las hojas secas, recordaba cuando recorría el trayecto a la escuela y le encantaba el crujido producían sus pisadas.

De pronto, se topó con una plaza que a esa hora estaba desierta. Se respiraba una serenidad inquietante. Solo se escuchaba el murmullo del agua que una sirena desde su cántaro vertía en la fuente.





No volaban ni las palomas. No cantaba ni un pájaro. Los juegos sin niños y las hamacas, inmóviles, le causaban una impresión indescriptible.

Entonces le vino a la memoria el cuento de la  Bella Durmiente. Después de que la princesa Aurora se pinchara el dedo con el huso de una rueca y se quedara dormida, todos los cortesanos y los guardias también se sumieron en un profundo sueño.

El tiempo permanecía suspendido.

Recordó con nostalgia las ilustraciones de aquel relato maravilloso: los reyes durmiendo en el trono; los jardineros, en los jardines, mientras a vegetación crecía y crecía y se volvía impenetrable.

Súbitamente alcanzó a oír una música que lo remontaba a su niñez y en ese mismo instante la calesita comenzó a dar vueltas al compás de esa melodía.

Sin embargo, giraba y no llevaba chicos cabalgando en blancos caballitos, ni en elefantitos sonrientes ni conduciendo autitos ni sentados en esbeltos cisnes.

Y giraba y giraba, frenéticamente, y todo a su alrededor empezó a dar vueltas como esa calesita fantasmal y la música, ensordecedora, siguió sonando cada vez más estridente.

                                                                                        María Graciela Kebani

viernes, 5 de marzo de 2021

¡Piedra libre!

                        


 Terminó de contar. Creyó escuchar el grito de batalla: " ¡Piedra libre!".

 Buscó a los compañeros y no encontró a ninguno.

 Habían pasado más de cuarenta años.

 Sin embargo, en aquel paraíso perdido la infancia continuaba jugando a las escondidas.


                                                                                            María Graciela Kebani

martes, 2 de marzo de 2021

La coartada


 Tocaron el timbre. Tuvo un mal presentimiento. Bajó casi corriendo las escaleras. Eran las diez de la noche. Cuando abrió, se topó con dos policías.

-¿Es usted Juan Bill?

-Sí, Bill con b larga. ¿Por qué?

-Tendrá que acompañarnos.

-¿Acompañarlos?

-Sí, a la comisaría.

-¿Me consideran sospechoso?

-Efectivamente. De un horrendo crimen.

-Seguramente debe haber algún horror, perdón, quise decir, error.

-No, no se preocupe. No hay ningún error, hay un cadáver. Y usted encaja con precisión en la escena del crimen.

-Y yo puedo asegurarle que mi coartada es perfecta.

-Ya los veremos. 

-¿Cuál fue el arma utilizada? Les advierto que no acostumbro a usar revólveres ni a matar seres humanos.

-El arma homicida fue un puñal.

-Aguarden, por favor, que voy a buscar un abrigo.

Cuando regresó, se dirigió sin vacilaciones hacia los agentes con un puñal en la mano.


                                                                                                      María Graciela Kebani