Estalló el sol, así, de pronto,
como una bomba de fuego.
Y el mar, desaforado,
abrió de par en par
sus compuertas.
Y los hombres clamaron
a los dioses.
Y la muerte, como un viento
huracanado,
escapó de su guarida
para devastar los campos,
para segar las flores,
para arrasar la vida,
para sepultar los sueños.
Y el dolor se expandió
como lava ardiente
por todos los rincones de la tierra.
Y la agonía se extendía
como una llaga amarilla
y se tornaba eterna.
María Graciela Kebani
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