Contó hasta diez. Cuando se dio vuelta, la plaza se había esfumado. No quedaban rastros ni de las hamacas ni de la calesita, solo un vasto páramo donde no volaban las mariposas ni se escuchaba trinar a los pájaros. Un desierto sin fin y sin tiempo y la brutal desolación del silencio.
María Graciela Kebani
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