Cuando llegó a la playa, amanecía. Un sol resplandeciente renacía y una extraña luminosidad teñía la atmósfera. Entonces, allí, en esa soledad cautivante, sin vacilar, lanzó la botella para que el mar la llevara lejos, muy lejos. Para que alguien, en algún lugar de la tierra, la recogiera. Para que alguien, por fin, respondiera.
Pero, su corazón sabía que nadie la recogería, y mucho menos, le respondería.
María Graciela Kebani
No hay comentarios:
Publicar un comentario