jueves, 2 de septiembre de 2021

Aquel llanto

 



   Cuando llegó a la esquina, se detuvo a esperar el cruce de la avenida. El ruido del tráfico era ensordecedor. 

La luz verde del semáforo habilitó el cruce. Pero una vez que llegó a la otra orilla, un descampado se extendió ante su mirada atónita.

No quedaban rastros de edificios, ni de tránsito, ni bocinazos.

Tanta quietud estremecía. Como esa quietud espectral que se respira en los cementerios.

Ni cruces ni lápidas. Solo una claridad neblinosa. Una sensación de infinitud, y un silencio escalofriante, lo sobrecogían.

Avanzó como un sonámbulo. 

El llanto descarnado de niños clamando desde el más brutal desamparo le estallaba en los oídos.

Mientras avanzaba, el llanto atroz de niños y niños retumbaba en su cabeza, lo aturdía y le iba perforando las entrañas. 

Las lágrimas resbalaban por su rostro como una lluvia torrencial.

Y ya no pudo continuar porque ese  llanto se le metía dentro, muy adentro y le desgarraba el corazón. Ese llanto lo sumía en la impotencia más absoluta.


                                                                                                 María Graciela Kebani


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