Despertó de pronto. No sabía qué hora era. Se dirigió a la ventana. Creyó divisar allá en el horizonte un cielo enrojecido. ¿Estaría amaneciendo? Sin embargo, más que un amanecer, parecía un incendio. Recordó los cielos ardientes de Turner. Llamaradas anaranjadas, carmesíes, alzándose hacia los espacios etéreos. Y recordó también los cielos tormentosos, turbulentos de El Greco.
Empezó a sentir un calor inusitado, como si todo su cuerpo estuviera hirviendo en la descomunal caldera del infierno.
Llegó a pensar que estaba soñando. Pero el torbellino de empurpuradas llamas resultaban tan reales que lo llevaban a dudar de lo que sus ojos estaban contemplando. Hasta creía escuchar los desgarrantes gemidos, el llanto sin fin de los condenados.
Volvió a dormirse para seguir soñando.
María Graciela Kebani
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