Cuando llegó, se apuró a ingresar al edificio. Sintió un alivio indescriptible en cuanto entró. No sabía bien por qué. De inmediato, se dirigió hacia el ascensor. Notó que el pasillo estaba poco iluminado. Debió esperar que descendiera desde el décimo piso.
Se sorprendió cuando alguien se adelantó para abrir las puertas. Creía que nadie más había entrado al edificio con él.
-Buenas noches.
-Buenas. ¿A qué piso va?
No podía ver el rostro de ese vecino que lo estaba interpelando.
-Voy al séptimo.
-Lo acompaño.
-¿Nos conocemos?
-Por supuesto. Soy la Muerte. Encantada.
Y le tendió la mano.
María Graciela Kebani
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