viernes, 26 de febrero de 2021

La lámpara

        


    Misteriosamente encontró una lámpara. La frotó según se sugería en los cuentos maravillosos, pero no apareció ningún genio ni una sola hada madrina.

     Probablemente se presentaría el bueno de  Lucifer para avisarle que si seguía así, se hundiría inexorablemente en los infiernos.


                                                                                                          María Graciela Kebani 

martes, 23 de febrero de 2021

Nadie lo escuchó

    


         Cuando no pudo más, abrió bruscamente la ventana y gritó. Gritó tan, pero tan fuerte, con tal desesperación, que nadie lo escuchó.


                                                                                                     María Graciela Kebani

lunes, 22 de febrero de 2021

Despertó de pronto

                                               

    Despertó de pronto. No sabía qué hora era. Se dirigió a la ventana. Creyó divisar allá en el horizonte un cielo enrojecido. ¿Estaría amaneciendo? Sin embargo, más que un amanecer, parecía un incendio. Recordó los cielos ardientes de Turner. Llamaradas anaranjadas, carmesíes, alzándose hacia los espacios etéreos. Y recordó también los cielos tormentosos, turbulentos de El Greco.

     Empezó a sentir un calor inusitado, como si todo su cuerpo estuviera hirviendo en la descomunal caldera del infierno.

    Llegó a pensar que estaba soñando. Pero el torbellino de empurpuradas llamas resultaban tan reales que lo llevaban a dudar de lo que sus ojos estaban contemplando. Hasta creía escuchar los desgarrantes gemidos, el llanto sin fin de los condenados.

    Volvió a dormirse para seguir soñando.


                                                                                                     María Graciela Kebani


domingo, 21 de febrero de 2021

Por tres veces

       

     Caminaba con prisa. Quería llegar cuanto antes. La luna colgaba del árbol de la noche y sus pasos resonaban en esas calles desiertas y brumosas. Sentía frío. Bastante frío y de cuando en cuando alguna ráfaga de viento lo empujaba y le congelaba la cara. Alguien lo llamó por su nombre. Se dio vuelta, pero no vio a nadie. Apretó el paso y se acomodó la bufanda. Por segunda vez creyó oír que lo llamaban. Siguió adelante cercado por sombras espectrales y un viento que por momentos le taladraba hasta los huesos.

     Temía tropezar si se apuraba demasiado.

      Y por tercera vez un voz desconocida pronunció su nombre en medio de un silencio perturbador. Ya no tenía dudas de que lo estaban llamando.

      Entonces con el corazón atragantado en la garganta, echó a correr como un caballo desbocado entre ráfagas huracanadas que pujaban por enlazarlo.

     A la mañana siguiente, en un callejón sombrío y desolado apareció el cadáver de un hombre estrangulado con una bufanda.

                                                                                                   María Graciela Kebani

viernes, 19 de febrero de 2021

Al séptimo piso

     

      Cuando llegó, se apuró a ingresar al edificio. Sintió un alivio indescriptible en cuanto entró. No sabía bien por qué. De inmediato, se dirigió hacia el ascensor. Notó que el pasillo estaba poco iluminado. Debió esperar que descendiera desde el décimo piso.

      Se sorprendió cuando alguien se adelantó para abrir las puertas. Creía que nadie más había entrado al edificio con él.

     -Buenas noches.

     -Buenas. ¿A qué piso va?

      No podía ver el rostro de ese vecino que lo estaba interpelando.

     -Voy al séptimo.

     -Lo acompaño.

    -¿Nos conocemos?

    -Por supuesto. Soy la Muerte. Encantada.

    Y le tendió la mano.

                                                                             María Graciela Kebani



      

jueves, 11 de febrero de 2021

El túnel

     

     Empezó a bajar por las escaleras. El aire se enrarecía a medida que descendía y se adentraba en el subte. El túnel, por demás oscuro, le pareció más extenso que otras veces. Tenía la sensación de que se hundía en los infiernos porque según iba avanzando el calor se volvía más y más intenso. Y el túnel se estiraba interminablemente. Por momentos creía divisar los molinetes, pero no. Al contrario, la oscuridad parecía acrecentarse y la falta de aire comenzaba a asfixiarlo. Aterrado descubrió que el túnel se bifurcaba. Tomó la dirección que le marcaba la bifurcación y siguió adelante. En algún sitio debían estar los molinetes y la boletería. ¿Nadie más entraba ni salía? Entonces otro túnel le salió al paso. Y otro se abría a su derecha y otro, a su izquierda. Atrás y adelante. Túneles que se reproducían, se multiplicaban, se enredaban como serpientes entre sus brazos, entre sus piernas y no lo dejaban avanzar. A esta altura ya no dudaba de que estaba girando en un círculo vicioso. En algún círculo del infierno dantesco.

                                                                                                             María Graciela Kebani



            

miércoles, 3 de febrero de 2021

El pasillo

    


   La puerta estaba abierta. Había recordado el número del departamento, así que decidió internarse por ese pasillo interminable. Al fondo, sí, al fondo del pasillo estaba la casa. Una hilera de macetas con malvones, geranios, margaritas, hortensias embellecían ese estrecho y antiguo pasadizo y lo hacían más acogedor.

   Casi no resbalaba el sol por esas paredes carcomidas por los años.

   Un gato atigrado disfrutaba de la vida como mejor saben hacerlo los de su especie: descansando.

   Cuando llegó al final del corredor, descubrió que a derecha y a izquierda se abrían dos pasillos más. Buscó en su memoria, pero no los recordaba.

    Llegó a pensar que se había confundido de edificio.

    Los dos pasadizos reproducían el corredor principal. Macetas exhibiendo variedad de plantas y de flores. Dos gatos atigrados descansando plácidamente. Y al final de los pasillos, la puerta. Sin embargo, algo más faltaba en la escena: el hombre, petrificado, desorientado, perplejo que no sabía dónde llamar.


                                                                                                      María Graciela Kebani

     

El puente


     
     Caminaba según las instrucciones recibidas. No podía perderse. Quedaban pocas cuadras para arribar a destino.
         Últimas horas de la tarde. Llegaría antes de que anocheciera.
        Un paredón de ladrillos rojos le interrumpió el paso y los pensamientos. En su recorrido no estaba contemplado este contratiempo.
         Se acercó y comprobó que detrás del paredón se elevaba un puente.
         Sin dudar, subió las escaleras. El puente era larguísimo. No conseguía descubrir dónde terminaba.
         Escuchó, todavía lejano, el ruido del tren deslizándose por las vías.
     Entonces decidió avanzar. Cuando llegó a lo que parecía ser el centro del puente, alcanzó a vislumbrar los faros de la locomotora.

      Anochecía. En el cielo se abrían poco a poco las estrellas y la luna derramaba su resplandeciente blancura a lo largo del puente.
       Se escuchó la campanilla que anunciaba frenéticamente el paso del tren.
       Lo esperaron en vano. Nunca llegó.
                                                                              María Graciela Kebani

martes, 2 de febrero de 2021

¡Basta!

 ¡Basta!

Basta de niños hambrientos

de lunas y de estrellas.

¡Basta!

Basta de niños sedientos

de sol  y  primaveras, 

sin pan y con trabajo,

sin plazas ni muñecas.

Basta de niños

descalzos.

Huérfanos de abrazos,

de risas y de sueños,

recogiendo las sobras,

con el llanto

apretado en la garganta

y el dolor

perforándoles los huesos.

Niños que  no saben

de palomas 

ni de rosas,

que no conocen 

de hadas,

ni de cuentos.

Basta de niños

sin más destino

que la noche 

y el silencio.


                                       María Graciela Kebani