Una bandada de pájaros se llevó el sol del atardecer en su plumaje y dejó una estela de luz y de campanas. Y una larga tristeza y un silencio con sabor a ausencia.
Una bandada de pájaros se llevó el sol del atardecer en su plumaje y dejó una estela de luz y de campanas. Y una larga tristeza y un silencio con sabor a ausencia.
La puerta se cerró y él quedó atrapado en el universo de las pesadillas y los sueños.
María Graciela Kebani
El ogro se preparaba para un festín descomunal. Los despiadados bombardeos le habían dejado los manjares desparramados sobre el mantel ensangrentado.
¿Adónde se fue Dios? ¿Dónde quedó sepultada la condición humana?
María Graciela Kebani
Contó hasta diez. Cuando se dio vuelta, la plaza se había esfumado. No quedaban rastros ni de las hamacas ni de la calesita, solo un vasto páramo donde no volaban las mariposas ni se escuchaba trinar a los pájaros. Un desierto sin fin y sin tiempo y la brutal desolación del silencio.
María Graciela Kebani
Sin dudar, derribé uno por uno los castillos de arena que la ilusión desmesurada de un niño había edificado en un intento de apresar entre mis manos los sueños inocentes de la infancia. Fue inútil. El mar ya los había devorado.
Maráia Graciela Kebani
De pronto, en la penumbra, una puerta. Otra puerta que también resultó falsa.
María Graciela Kebani
Estalló el sol, así, de pronto,
como una bomba de fuego.
Y el mar, desaforado,
abrió de par en par
sus compuertas.
Y los hombres clamaron
a los dioses.
Y la muerte, como un viento
huracanado,
escapó de su guarida
para devastar los campos,
para segar las flores,
para arrasar la vida,
para sepultar los sueños.
Y el dolor se expandió
como lava ardiente
por todos los rincones de la tierra.
Y la agonía se extendía
como una llaga amarilla
y se tornaba eterna.
La memoria se abrió como una flor y entonces, empezaron a florecer los recuerdos. Y la infancia desplegó su abanico de luz a través de un tiempo sin límites y en un espacio dedicado al juego. La vida casi desonocía el rostro de la muerte. La Parca andaba lejos, escondida en el bosque de los sueños. Y los libros estaban allí, tentadores como un oasis en medio el desierto. Y los recuerdos se entreveraban en las páginas del libro de mi vida. Todo mi pasado escrito en esas páginas, pero no se develaban todos mis recuerdos.
La memoria empezó a cerrar su corola y dejó caer los pétalos lentamente sobre mis manos.
María Graciela Kebani
De repente, la jauría estalló y los ladridos como petardos agrietaron los ojos de la noche. Luego, un silencio ominoso se esparció por todos los rincones. Entonces, un grito pavoroso perforó el aire enredado en los hilos de tinieblas. Y el eco multiplicó el grito hasta el infinito.
Cuando llegó a la cima, se dio cuenta de que ya no podía avanzar ni retroceder. Decidió quedarse allí. Después de todo, no tenía alas. Allí, donde se unía el cielo y la tierra, donde se encontraba más cerca del paraíso que del infierno. Allí, donde no podían alcanzarlo los brazos de la muerte.
María Graciela Kebani
La luna se deslizó por el tobogán de la noche con un puñado de estrellas en sus manos. Quedó allí, tendida a orillas de la playa, brillando como una gema. El mar era un espejo de luz.
Y todo fue silencio. Y una radiante luminosidad diluyó las sombras de la noche..
María Graciela Kebani
Traté de desechar las últimas imágenes de la sofocante pesadilla, pero no pude. Una y otra vez el sueño cerraba mis ojos, y entonces las imágenes distorsionadas reaparecían.
La boca redonda y blanca de la luna aullaba como la campanilla que anunciaba el paso del tren. La noche había soltado sus sombras, mientras los perros ladraban frenéticamente. La estación se hallaba desierta y neblinosa.
Todo resultaba siniestro. Hasta un gato se desprendió de la oscuridad y se deslizaba con sigilo por el andén. De repente, un maullido aterrador y el tren que venía avanzando por las vías con los faros brillantes como los ojos de un felino entre la niebla y el espanto.
¿Qué hacía yo parada en medio de las vías?