La noche, como un ogro hambriento, devoraba las últimas luces de la tarde. La sombra de la muerte salió de su guarida. Tenía tiempo suficiente. De pronto, un grito desaforado hizo tambalear el silencio que crecía con la hora.
Siguió avanzando por calles marginales que se empeñaban en curvarse extrañamente. El viento, descarnado, se refugiaba en tortuosos callejones.
La persecución había comenzado.
María Graciela Kebani
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