Dieron las doce. La puerta se abrió y dejó entrever un túnel que parecía extenderse hacia el centro de la tierra. Traspasó el umbral y empezó a caminar a tientas por ese tenebroso corredor. Realmente no sabía hacia dónde lo conduciría, pero se dejó llevar.
Anduvo horas y horas y no vislumbraba el final. De pronto, agotado por el cansancio y la sed, descubrió una luz, todavía lejana, que parecía anunciarle la ansiada meta.
Dieron las doce. La puerta volvió a cerrarse.
María Graciela Kebani
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