Y venía la muerte
sin pedir permiso,
blandiendo su afilada hoz
cual desaforado guerrero.
Y la muerte venía,
con su negra cabellera
tremolando en el viento,
trepidante.
Y venía la muerte
prepotente,
arrasando sembrados,
pisoteando jardines,
vociferando.
Y llegaba la muerte
con su antorcha encendida
con furia enfurecida,
con el fuego ardiendo
en su mirada,
mientras los muertos
riegan con su sangre
la tierra sedienta.
María Graciela Kebani
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