Recorrí fatigosamente las estanterías de la biblioteca buscando el libro con el que había soñado durante años. Pero no lo encontré. No había libros ni dios ni nada que calmara mis dudas. Entonces, con desesperación creciente, busqué alguna salida que me permitiera escapar de ese ambiente opresivo.
Casi corriendo traspasé el umbral de una puerta disimulada. Tuve que cerrar los ojos para evitar el vértigo. Me hallaba al borde de un precicpicio.
María Graciela Kebani