La casa se hallaba en penumbras. Afuera, una niebla densa, ominosa. Las sombras merodeaban como figuras espectrales.
Un ladrido de perros arañó el silencio y enturbió aún más la noche.
El gato que descansaba al calor del fuego se sobresaltó cuando crujieron los escalones de la escalera.
Se dispuso a verificar si la puerta estaba perfectamente cerrada.
Los perros volvieron a ladrar.
No advirtió que dentro de la casa rondaban los fantasmas que tanto temía.
María Graciela Kebani
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