martes, 22 de diciembre de 2020

El puñal


 Abrió la puerta y allí estaba. De pie y con cara de pocos amigos. Su aspecto sombrío y amenazante, intimidaba.

-¿Estás listo?

-Por supuesto.

-Entonces, ¡vámonos!

Una niebla pegajosa flotaba en ese anochecer de invierno. Turbador.

Avanzaban sin mediar palabra. Las calles se veían desiertas.

Alcanzó a escuchar alguna campanada.

-¡Más rápido! No podemos retrasarnos -casi le gritó.

En ese momento advirtió que la hora había llegado.

Sacó el arma y apretó el paso.

Se acercó y sin vacilar le hundió el puñal en la espada de su guía.

Cuando reaccionó, con estupor descubrió el puñal, su puñal, caído en la vereda, impecable, brillando entre la niebla.


                                                                                      María Graciela Kebani

jueves, 17 de diciembre de 2020

Nadie respondió

     

      Miró el reloj. Llegaría tarde otra vez. El ala de un pájaro le rozó la cara. Apuró el paso. Cuando al fin llegó, presionó nerviosamente el timbre. Mientras tanto iba urdiendo alguna excusa creíble. No hubo respuesta. Insistió. Pero nadie aparecía. No se atrevía a pulsar el timbre una vez más. 

    Intentó mirar a través de la ventana, pero no distinguió ninguna luz, ninguna señal de que hubiera gente. Raro. Muy raro. Corroboró el día y la hora de la cita. Hasta la dirección. Todo coincidía. Sin embargo, algún error habría.

    Decidió emprender el regreso. En un bolsillo de su abrigo su mano aferró el arma que llevaba oculta.

   Un pájaro pasó tan cerca que casi le hizo perder el equilibrio.

    Alguien lo seguía.

                                                                                            María Graciela Kebani

martes, 15 de diciembre de 2020

Están ahí


Están ahí,

ahí, 

clavados en la intemperie de la noche.

Solitos.

Con las manos barridas por el viento,

con la mirada

colmada de sombras

y de espanto.

Están ahí, 

ahí,

con los ojos desnudos

y el hambre,

un hambre feroz

rasguñando las entrañas, 

clamando una caricia, 

una palabra.

Esperando una flor,

un rayo de sol

y de ternura.


Están ahí, 

sobreviviendo

sin más futuro

que ese presente

descarnado,

sin más ilusión

que alcanzar el cielo

con los pies descalzos.

 

                   María Graciela Kebani

domingo, 13 de diciembre de 2020

El reloj de la torre

 

   Tarde advirtió que había perdido el rumbo y, para colmo de males, empezaba a anochecer. Poco a poco se encendían los faroles, mientras recorría esas calles tortuosas.

   Caminaba ensimismado tratando de recordar. Si logaba encontrar la plaza y la torre, podría ubicarse con facilidad. ¿La torre? Aquella torre altísima, con un reloj cuyas agujas siempre señalaban las doce. Vaya uno a saber si del mediodía o de la medianoche. Siempre que pasaba y observaba el reloj, imaginaba que las manecillas se movían y en cualquier momento soltaría una campanada.

    Pero no. En la blanca esfera el tiempo parecía congelado. 

   De pronto, le pareció escuchar cómo una llave giraba en una cerradura. Estaban abriendo una puerta. Buena oportunidad para preguntar cómo podría llegar a su destino. Se adelantó para dar tiempo a que la persona saliera. Sin embargo, cuando volvió la cabeza, advirtió que aún la puerta no se había abierto.

   Continuó avanzando. Otra vez el ruido de una llave en una cerradura. No obstante, nadie trasponía la puerta. Por tercera vez sucedió lo mismo. Oyó claramente cómo giraba la llave y por tercera vez ninguna puerta se abrió. 

   Entonces, cuando ya las sombras lo seguían de cerca y su desazón aumentaba minuto a minuto, creyó vislumbrar, a lo lejos, una torre y en la torre un reloj. Las manecillas del reloj clavadas en las doce.

                                                                                                             María Graciela Kebani              

miércoles, 9 de diciembre de 2020

Ya había amanecido

     



          Cerró los ojos. Cuando los abrió, ya había amanecido. El sol se quebró como un espejo y, de inmediato, se iluminaron todos los rincones de la Tierra.      

                                                                                                                     María Graciela Kebani


miércoles, 2 de diciembre de 2020

Atrapado

         


     Cuando despertó había quedado atrapado en el sueño, perdido en una biblioteca cuya semejanza con un laberinto lo perturbaba y mucho.

      Deambulaba por pasillos interminables rodeado de estanterías infinitas que albergaban libros y más libros encolumnados, ordenados y prolijamente catalogados.

      Entraba y salía, recorría los pasillos, pero no conseguía hallar el libro que buscaba. Iba y venía, abría y cerraba los ojos. Avanzaba y retrocedía cercado por una intensa niebla.

     Los volúmenes se reproducían, se abrían y se cerraban como alas de mariposas y él seguía avanzando recorriendo con creciente angustia esos pasillos oscuros y estrechos. Despertaba y volvía a dormirse. 

    Un reloj cucú anunciaba la hora, mientras buscaba afanosamente el libro.

    Si despertaba, no lo encontraría nunca. Entonces cerró los ojos y volvió a zambullirse en esa pesadilla sin fin.

                                                                                                                María Graciela Kebani