domingo, 3 de diciembre de 2017

Páramo de sombras

Páramo de sombras

Páramo de sombras. La noche.
Páramo de silencio y de tinieblas.
¿En qué barco navega la vida,  eludiendo la oscura penumbra de la muerte?
¿Con qué rumbo?
¿Qué vientos lo impulsan y amedrentan?
¿Qué estrellas lo guían?
¿Qué lunas alumbran su camino?
Tormentas imprevistas lo amenazan.
Cielos cruzados de relámpagos.
Furibundas olas buscan devorarlo.
En medio de truenos y de gritos, 
en medio del ensordecedor mutismo de los dioses,
en medio de preguntas insondables,
en medio de pesadillas y delirios.
No hay sirenas que encanten los oídos, 
 no hay puerto que albergue la esperanza,  
ni faro que se alce a la distancia.
No hay manera de escapar a este destino.
Sin embargo, no hay ni habrá lluvia suficiente 
que apague tanta llama, tanta pasión, 
desmesurada, 
ni sueños,
no, no habrá sueños que se despeñen, 
inexorablemente,
 hacia el abismo.

                                    María Graciela Kebani 

sábado, 2 de diciembre de 2017

Poemas de Wilma Tapia

Vilma Tapia Anaya (La Paz 1960)

Estás diciéndome...
Estás diciéndome siempre
¿Quieres construirme una morada?
¿Quieres darme tú
la morada de mis sueños?
Detengámonos, entonces
en las hojas de una ancha arboleda
techo, lecho
y caminos exactos
para el aire, la luz y el agua
que se necesitan.
No nos demos ya lo dañoso
no lo traigamos dentro.
Que nuestro único exceso
sea el amor.
Desde lejos...
Desde lejos te acercas y se enciende un río.
Es el agua de tu piel
tu piel más profunda
el agua que es tu cuerpo.
Desde lejos me riegas y me horadas
y yo, desde lejos
en tu extensión me encauzo
navego, me sumerjo.
Te acercas y me inundas
desbordada agua
torrencial me llueves
dulce me rocías.
Tan a la distancia
desde aquí
te bebo.
He soñado...
He soñado con tu cama deshecha
y tu cuerpo desnudo
pegado al mío.
He soñado con la colmena de tu boca
con el mar de tu boca.
Me he soñado abeja en ti
sirena tuya. 
Vengo con...
Vengo con las manos llenas
y en la voz, el viento.
Canto un nido de luz, un arroyo
el pan, la sombra.
Canto y mis cantos germinan.
Me inclino ante aquellos ojos más tristes que los míos.
Soy regazo
caricia
santa y milagrosa. 


Vilma Tapia Anaya (La Paz 1960)
Ha publicado “Del deseo y la rosa”, “Corazones de terca escama”, “Oh estaciones, oh castillos”. Raúl Zurita comenta su poesía: “...es una sinceridad que se va anidando en lo más profundo de todo lo que nombra, en la infancia, en el paisaje, en el amor... Esta poesía es un triunfo americano, el triunfo de una patria, de una mujer, de un pueblo”

domingo, 21 de mayo de 2017

JIRONES DE SOMBRAS EN LOS MUROS



Amanecía. Un pájaro abrió las ventanas del día con su canto. Una cascada de luz se desplomó desde las cimas celestiales. 
De pronto, el estallido. Nos quedamos sin palabras. Vacío. Vacíos de esperanza. Solos. 
Como jirones de sombras en los muros.


                                                                                                    María Graciela Kebani

sábado, 20 de mayo de 2017

La mariposa en el muro

La mariposa en el muro

         Un sol de otoño parecía replegarse detrás de los árboles que el viento iba deshojando, indiferente. Las hojas caían y se encendían con la luz dorada que se desvanecía  en el aire. Caían. Las hojas caían como caen las lágrimas, desde lejos, desde los ojos, desde las torres, desde las nubes, desde las campanas que tañían somnolientas. Crujían bajo los pasos inciertos de los que pasaban. Se iban alejando con la tarde.

       La madre se aproxima con dulzura al muro, agrietado, enmohecido, recoge suavemente entre sus dedos, trémula, una mariposa. Sus alas estallan con un colorido deslumbrante. La tarde queda prendida en esas alas, estremecidas, luminosas. La madre con extrema dulzura acerca esa vida temblorosa a su hijo. Los ojos del niño se abren como una rosa para alcanzarla, mientras  aletea, frágil,  entre las manos protectoras que envuelven con ternura esa brizna de vida.

                                                                                              María Graciela Kebani



domingo, 12 de febrero de 2017

Una moneda en la fuente

Una moneda en la fuente

      Mira a través de la ventana. Allá a lo lejos, el sol destella y enciende los árboles que parecen arder. Como hipnotizado, se levanta, abandona la chaise-longue. Abre la puerta que da al jardín. Hasta sus ojos respiran conmovidos la enigmática luz del atardecer. Sus oídos escuchan embelesados la nostálgica música del agua que vierte  un cántaro de piedra. Una bandada de pájaros cruza el cielo enrojecido. Sonríe. No está solo.
      Lentamente deja caer una moneda en la fuente. Ya no siente otro deseo.

                                                      María Graciela Kebani

LA MUERTE ENAJENADA


      
           Andaba la Muerte corriendo por las calles, provista de sables y de espadas. Zigzagueante. Segaba el aire cargado de jazmines. Era el sol un incendio de claveles. El cielo, una granada, encendida, empurpurada.
        Apretó el revólver entre sus manos. El viento atravesado en su garganta. Cruzó como una ráfaga la noche y se perdió en algún oscuro callejón sin nombre.
        La Muerte corría jadeante, enajenada, echando fuego por sus ojos, sembrando a su paso tempestades.
         La Muerte, galopando embravecida.
         La Muerte, mordiendo el aire a dentelladas.       

                                                                                  María Graciela Kebani
            

Vaivén

VAIVÉN

       La plaza se llenó de pájaros. El viento desbordó de trinos. El cielo amaneció preñado de campanas y un hombre, de cara al sol, cerrado los ojos, apretaba en sus manos un manojo de sombras y de inviernos.


         En las hamacas se mecía la vida.

                                                                            María Graciela Kebani

A Maximiliano

A Maximiliano

No se busca
 a la muerte
 tan temprano.
No se la llama,
a escondidas,
 y de madrugada.
No se la llama,
así, sin más ni más,
cuando se conoce
 apenas esta vida.
Primero se golpean
puertas y más puertas
y se abren de par en par
todas las ventanas.
Se deja que el viento
nos acaricie la cara y
 nos seque el  llanto
y la tristeza.
Se deja que el sol
 resbale suavemente,
por las manos
y que los ojos, 
sin miedos ni vergüenzas,
devuelvan al cielo la mirada.
No hay razones
para invocar
a la muerte
cuando se tiene
la vida
 por delante,
 con catorce años
 corriendo por las venas.
 No se sale a buscarla
Descreído
 para huirle a la vida
que nos dieron.
Antes se buscan
 las palabras
 y se las suelta
como una botella
 al mar
 para que alguien
la encuentre.
No se llama
a la muerte
tan temprano.
Se busca, en cambio,
 la vida
 a cada instante,
se respira la vida,
a bocanadas.
Y cuando un adolescente
se va una tarde
con la muerte
 de la mano,
nos quedan
preguntas y preguntas
sin respuestas,
 una muda impotencia
 al rojo vivo
 y un dolor infinito
que no espera
hallar alivio ni consuelo.
Porque no se busca
a la muerte tan temprano.
No se la llama,
nunca,
cuando se viven
sólo
 catorce años.


María Graciela Kebani   

miércoles, 4 de enero de 2017

No nacieron los niños...

NO NACIERON LOS NIÑOS...

No nacieron los niños
para padecer hambre, para sentir en la carne
y en la sangre
 el agudo filo del hielo
como el agudo filo de un cuchillo.

No nacieron los niños
para andar solitos por las calles
desnudos de lunas y de estrellas,
 sedientos de rosas y de soles.

No nacieron
 solo
para beber ráfagas de viento
y llenarse los ojos,
poco a poco,
con páramos desolados
y miserias terrenas.

No nacieron los niños
para llenarse la boca
 con coca, paco o marihuana,
para cerrar puertas y ventanas,
para escalar cielos cenicientos,
o para enfrentar mares y tormentas.
No nacieron los niños
para vagar descalzos,
sin descanso, noche y día,
por vagones y andenes
dejando el corazón en cada baratija.

No nacieron
 para acarrear cartones, frustraciones,
y cargar los horrores del infierno.
 No nacieron para arrastrar carros y cadenas,
 para vivir en las sombras de la noche
y morir sin apenas un recuerdo.

No nacieron los niños,
 no nacieron,
 para hurgar en los contenedores
 con el llanto colgando de las manos
 y la angustia clavada hasta en los huesos.
No nacieron los niños,
no nacieron,
para enterrar los sueños y los besos
en inmundas zanjas cada invierno.

Nacieron
para remontar la esperanza
en barriletes
y sembrar de pájaros
la aurora.
                                                                             

                                           María Graciela Kebani