A
Maximiliano
No se busca
a la muerte
tan temprano.
No se la llama,
a
escondidas,
y de madrugada.
No se la
llama,
así, sin más
ni más,
cuando se
conoce
apenas esta vida.
Primero se
golpean
puertas y
más puertas
y se abren
de par en par
todas las
ventanas.
Se deja que
el viento
nos acaricie
la cara y
nos seque el llanto
y la
tristeza.
Se deja que
el sol
resbale suavemente,
por las
manos
y que los
ojos,
sin miedos
ni vergüenzas,
devuelvan al
cielo la mirada.
No hay
razones
para invocar
a la muerte
cuando se
tiene
la vida
por delante,
con catorce años
corriendo por las venas.
No se sale a buscarla
Descreído
para huirle a la vida
que nos
dieron.
Antes se
buscan
las palabras
y se las suelta
como una
botella
al mar
para que alguien
la
encuentre.
No se llama
a la muerte
tan
temprano.
Se busca, en
cambio,
la vida
a cada instante,
se respira
la vida,
a bocanadas.
Y cuando un
adolescente
se va una
tarde
con la
muerte
de la mano,
nos quedan
preguntas y
preguntas
sin
respuestas,
una muda impotencia
al rojo vivo
y un dolor infinito
que no
espera
hallar
alivio ni consuelo.
Porque no se
busca
a la muerte
tan temprano.
No se la
llama,
nunca,
cuando se
viven
sólo
catorce años.
María
Graciela Kebani
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